jueves, 20 de agosto de 2009

Desires

- Desires -
Género: Hard Yaoi.
Pareja: Ivan x Toris (Rusia x Lituania).




Se deslizaba entre sus piernas como si conociera el camino con antelación, mientras aquella piel se estremecía, ya fuera miedo o placer. El golpe en su muslo derecho tomaba color a medida que pasaban los minutos, tornándose rojo y morado, mientras los sollozos casi se aplacaban ante lo imponente que suponía mi presencia para el.
Me divierto viéndole temblar, derrumbarse, pidiéndome con la mirada que no le hiciera daño. Me complace su atropellada manera de hablarme, sus gestos nerviosos y sus ganas de alejarse de mi, aunque no lo haga.

Toris es un cúmulo de sensaciones para alguien como yo...
Alguien responsable, taimado, preocupado por su familia.
Un soñador con deseos de libertad.

-Abre mas las piernas -ordené.

Aquel día estaba irritado. Ir a las reuniones de estado no es algo que me guste; a no ser que tenga la oportunidad de apabullar a alguien. Cuando volvía a casa todo era igual. El frío, la nieve y aquella insoportable sensación de soledad que pretendo esconder con una sonrisa.
Ah, me molesta...

Presioné la punta de aquel cilindro que siempre me acompañaba sobre el fino hilo de la ropa interior de Toris, que llevaba inclinado sobre mi mesa mas de diez minutos sin dejar de tiritar de miedo. Llevaba un elaborado vestido de sirvienta verde y blanco, con un bajo bastante corto, unas medias semitransparentes y una ropa interior que se componía de hilos meramente.
Los grandes tacones negros no se habían despegado del suelo ni una sola vez desde que le obligué a exponerse de esa forma a mi, deslizándolos torpemente hacia los lados para acatar mi último capricho.

Estábamos en un despacho de la segunda planta. Sentado cómodamente en mi silla, había apartado su falda, le había golpeado, acariciado, humillado... Sin ni siquiera usar las manos. Paseaba aquel metal frío por su generoso y firme atributo trasero, colándolo entre aquellas piernas hasta rozar su miembro, envuelto en una fina capa de tela.

-Tienes un orgullo increíblemente bajo, Toris -esbocé una risa cruel en mi rostro, escuchándole jadear contra mi mesa- ¿Conocerán tus hermanos esta parte de ti?

Un espasmo recorrió su cuerpo, y vi su cabeza girar a un lado para mirarme, con esos grandes ojos verdes llenos de lágrimas y temor absoluto.

-P-Por...favor, mis hermanos...No, yo...

Sé lo que vas a decir. Harías lo que fuera por tus hermanos, y eso me da mas ventaja de la que ya tenía. Porque eres débil, porque tienes miedo y no quieres sufrir y eres patéticamente complaciente.

La punta del cilindro desapareció en su interior al sortear el hilo de la ropa, haciéndole gritar hasta llevarse las manos a los labios para no repetirlo. Ellos estaban en casa. Ellos podrían verle, y eso le horrorizaba. Y aún así, reaccionaba a todo lo que le hacía.

-Eres un pervertido- declaré antes de apartar aquel hierro inanimado y actuar con mis propias manos. Me incliné ligeramente hacia delante, puesto que lo tenía tan cerca que podía escuchar los latidos de su corazón golpeando frenéticamente su pecho. Presioné el moratón que le había quedado en el muslo, y volvió a gimotear. Me saqué los guantes de piel para separarle las nalgas e introducir dos de mis dedos en una embestida certera.

-¡Ahh...! -se quedó sin aire aguantando mas gemidos, mientras me movía en su interior cada vez mas rápido, disfrutando enormemente al notar aquellas paredes blandas y calientes palpitar y estremecerse tanto como su cuerpo entero.

-¿Me tienes miedo, Toris? -le susurré desde mi asiento, con un tono de voz tan jovial que solo logró que se temiera lo peor. De echo, ese el el efecto que quiero conseguir.

-P-Por supuesto q-que no... señor-¡Aahh!

No pudo contener el grito cuando metí a la fuerza los dos dedos de mi mano contraria, sumándose a los que ya hurgaban en su interior y tirando de aquella estrecha entrada, ensanchandola como mismamente me convenía.

-Puedo ver tu interior -solté una risita- ¿Por qué no eres un buen chico y lo sostienes?

Vacilando, pero sabiendo que no podía negarse, alzó los brazos y los deslizó por sus caderas hasta posicionar los dedos donde tenía los míos, mirando por encima del hombro mis movimientos mientras me deleitaba por enésima vez de su sufrimiento.
Aparté la silla y me saqué el abrigo y la bufanda. Todo ello sin dejar de mirarle, con calma y detenimiento, regodeándome de aquel instante, grabando cada vibración de su piel, cada jadeo que emitiese para obtener así mi placer propio.

-Ah... eh, yo... -Se le quebraba la voz a cada bocanada que daba, no soportando mi mirada y cerrando fuertemente los ojos.

-¿Tienes algo que decir? -pregunté, amable, mientras impedimentos de mi propia ropa iban desapareciendo- No te veo bien, tienes que abrirlo mas.

-Ku-..mn, S-si... -alzó la cadera e hizo algo mas de fuerza con sus brazos, exponiéndome su interior obedientemente mientras hago lo propio y saco a relucir mi atributo; en estos momentos igual de duro que el suyo.

-A veces pienso que te gusta como te trato...-le susurré antes de embestirle, con tanta fuerza que sus brazos se recargaron por instinto en la mesa antes de golpearse, haciendo ademanes que querer alejarse del dolor que ahora le invadía.

-Ah...¡Ahh! S-señor, no...¡Uhaa! -Boqueó, y volvió a sollozar. Un hilillo de saliva goteó de sus labios a la mesa, mientras intentaba parar unos gemidos inevitables.

No te contengas. Grita. Suplícame. Llora. Apretame mas en tu interior. Esta inocencia tuya te hace tan condenadamente adictivo...

Lo sujeté de las caderas, tan fuerte como pude, y continué embistiendole brutalmente, aumentando el ritmo, haciéndole daño y escuchándole gemir debajo de mi, suplicándome, intentando mantener el equilibrio sobre los tacones de aguja que le había echo ponerse.

-¡S-Señor, por...favor! Me... hace daño...Uh, ¡Ahh!

-¿Te hago daño? -repetí antes de deslizar una mano a su miembro para apretarlo, haciéndole arquearse- En mi opinión te está gustando bastante, ¿verdad? ¿Te vas a correr?

-N-no puedo... yo...esto...

-No estás hablando claro -en este punto mi voz era mas un susurro que, a oídos de Toris, era increíblemente indimidante. Sujeté su brazo y lo retorcí tras la espalda, apoyándome luego en ella para lograr hundirme mas en su interior.

Su semen salpicó en mi antes brillante mesa de madera mientras profería un grito a lo alto del techo, contrayéndose lo suficiente como para, momentos después, hacerme terminar a mi, presionando su piel tan fuerte que daba la impresión de que quisiera marcar mis dedos en ella.
Gruñí, mordiéndome el labio mientras mi sonrisa complacida no me abandonaba. Después le solté y salí de el, viendo como sus rodillas flaqueaban hasta dar con el suelo.

Entre respiraciones agitadas y sollozos, no se atrevía a levantarse.
Me senté en la silla, observándole antes de volver a hablar.

-No pienses que hemos terminado. Ven aquí -dije lo suficientemente claro como para que se sintiera amenazado. Tras mirarme, sonrojado y abatido, dio media vuelta y se acercó a mi a gatas, apoyándose en mis rodillas ante mi gesto con la mano.

Sus ojos alternaban entre los míos, el suelo y mis bajos, como intentando adivinar que quería que hiciera. Sin dejarle muchas opciones, posé mi mano en su cabeza y lo empujé hacia mi miembro, dejando clara la orden.
Titubeando, sin poder parar de temer por sucesos futuros, obedeció tan rápido como pudo, lamiendo con torpeza toda mi extensión, rozando con los labios la punta antes de que le obligase a engullirla.

-Eres muy lento -le marqué mi ritmo con la mano, importándome bastante poco si respiraba o no. Observé mi mesa, manchada. Miré el suelo, que tampoco se había salvado.
Será interesante ver como Eduard limpiaba todo aquello...

Tras de mi, el viento y la nieve azotaban la ventana, y eso solo hizo que me irritara mas.
Aparté a Toris de un empujón, y le hice levantarse conmigo, acercándome tanto a él que huyó por ya por inercia torpemente hacia atrás, dando con la mesa de nuevo.

-S...¿Señor?

-Esta vez quiero verte la cara -dije, sonriendo ante la visión de dicho espectáculo, antes de devolverle de un golpe a la mesa. Su espalda chocó contra la superficie con un ruido sordo y un quejido que salió de sus labios.

Sujeté el borde de aquella falda e hice que la mantuviera con los dientes antes de abrirle mas las piernas y penetrarle por segunda vez en aquella tarde.
Volvió a gritar, dejando escapar la tela que se encargó de volver a recoger y apretar entre sus manos, mientras las mías perforaban cruelmente sus muslos.
Sus ojos brillaban por las lágrimas y un placer que se negaba a admitir.

-¿Te gusta mas así? -pregunté, tentado.

Me miró como si le hubiese revelado que le iba a matar, apartando la mirada hacia sus bajos, como pensando seriamente la respuesta.

-Yo...

Atento estaba a su respuesta, disfrutando cada segundo de sus dudas, cuando tocaron la puerta. Detuve mis embestidas, y creo que a Toris se le detuvo el corazón al escuchar la débil voz de Raivis desde el otro lado de la puerta.

>>S-Señor, verá... E-estoy buscando a... Toris...

Miré la puerta, escuchando aquel leve reclamo, y luego bajé la vista a Toris al notar a su cuerpo temblar mas que nunca. Se había quedado pálido, y su expresión de pánico y suplica solo hizo que me endureciera mas dentro suyo.
Me lamí el labio inferior, me incliné hacia delante y hablé a la puerta.

-¿Eres consciente de que interrumpes mi trabajo preguntándome esa tontería? -Moví la cadera hacia detrás, despacio, para embestirle sin reparos. Su expresión solo hizo que quisiera hacerle gritar mucho mas.

>>S-Si, Señor, lo...lo siento... Pensé que no estaba haciendo nada, como nunca le he...visto hacer nada...

La sinceridad de este niño me hace querer torturarle hasta dejarle mas bajo de lo que es.
Sentí un tirón en la camisa, y vi como Toris se aferraba a mi pecho como nunca le había visto, moviendo los labios sin decir una palabra, suplicando que parase.
Como si fuera a hacerlo...

En respuesta, aproveché su postura y le mordí el cuello, mientras buscaba entre los pliegues de aquel uniforme su pecho y pellizcaba sus pezones. Desesperado, mordió un trozo de la tela que le había dado, cubriéndose la boca con las manos en un intento de no hacer ni un solo ruido.

-Le mandé fuera hacer unas compras...-dije, gruñendo luego ante otra embestida, donde el interior de Toris se contrajo tanto que pensé que terminaría en aquel momento. Ahora había caído en un llanto incontrolable y mudo.

>> P-pero no dijo nada de sa-salir...

-¡Ahh-!

Ese no pudo retenerlo cuando comencé a masturbarle, mas rápido que el propio ritmo de mis embestidas. Se movía, nervioso, no sabiendo de donde sostenerse, estando a punto de gritar ante su segundo orgasmo.
Hasta que paré mi mano y apreté el puño, impidiéndole terminar mientras un escalofrío de placer me recorría entero ante toda la frustración, toda la impotencia que estaba sintiendo Toris en aquel momento glorioso.

-Eso no es problema mio -contesté mirándole y moviéndome lentamente en su interior.

>>S-si...Lo siento...

Le escuché irse al segundo después, arremetiendo con fuerza, sin detenerme hasta lograr volver a correrme dentro suya. Cogí su mano y la llevé a su hombría hinchada para que continuara con mi trabajo.

-Vamos. Quieres correrte también, ¿verdad? Solo admítelo -incité, y al poco estaba acariciándose, primero con vergüenza, y luego a un ritmo que le convenía mas hasta terminar, una vez mas, antes que yo.

-¿Cuando dejarás de fingir que esto te disgusta? -le susurré, divertido, antes de llenarle por completo de mi esencia.

Aquello terminó en un profundo silencio, donde de vez en cuando se oían los quejidos de Toris mientras su cuerpo seguía recibiendo espasmos al llorar.
De nuevo sentado en la silla, mientras daba un trago de vodka, lo miré, aún en mi mesa.

-¿Cuanto tiempo piensas estar ahí? ¿Quieres que llame a tu hermano y se nos une?

Como un resorte, se levantó con un quejido, quedándose en pié frente a mi mientras se frotaba los ojos para parar las lagrimas. Mis dos orgasmos resbalaban por sus piernas de forma obscena.

-Ellos no... Por favor, señor... -Suplicando de nuevo.

Di otro trago a la botella.

-Mientras sigas portándote así de bien... me lo pensaré -extendí de nuevo la sonrisa que al parecer helaba a todo el mundo. Toris tembló, mientras me hacía una pequeña reverencia.

-C-con su permiso...-dijo, dando media vuelta y caminando hacia la puerta con bastante equilibrio sobre los tacones. Antes de que pudiera escabullirse, alcé la voz en mi última orden:

-Dile a Eduard que suba -cuando me miró, temiéndose lo peor, continué- Solo es para que limpie.

Observé la mesa, cubierta de los restos de la diversión de aquella tarde. La botella quedó rozándome los labios, mientras pensaba en todos los detalles que le daría a Estonia mientras limpiase, imaginándome todas y cada una de sus reacciones.
Aunque ninguna llegará a ser tan placentera como las de Toris...

¿Por qué te quedas conmigo?

- ¿Por qué te quedas conmigo? -
Género: Drama
Pareja: Ivan x Yao (Rusia x China)




Estaba agotado.
Sentado de cualquier manera en la silla frente a una ventana abierta, por la que entraba un viento frío. Un viento que hacía ondear la cortina de manera siniestra en el silencio de aquella habitación vacía, exenta casi de mobiliario, donde las sombras de la noche resaltaban el mal estado en el que se encontraba todo.

Esa desolador, deprimente...

El único cuerpo vivo de aquel lugar sostenía un viejo rifle en su mano izquierda, ladeado levemente a un lado, pero sin titubear al agarrarlo, como si aquel contacto con el arma fuera una escapatoria para sus pensamientos profundos.
Se le pasó por la cabeza todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Como de ser una familia completa, no había quedado nadie en aquella mansión. Como vio alejarse a todo lo que una vez fue suyo. Como no dejaban de rebelarse contra la nación, pidiendo mejoras...

Estaba cansado. Siempre creyó que llevaba el país por buen camino. Luchó y se convirtió en una nación poderosa, pero no dejaban de llegarle represalias.

“Todo es culpa tuya...”

No era culpa suya. No podía serlo. ¿Que había hecho? Al final el que pagaba por todo siempre era el, y hasta ahora había soportado en la medida de lo posible. Pero se le encogía el pecho al ver aquellas miradas de odio. Aquellas miradas que le culpaban de todo...

Su mente recreaba una y otra vez la escena, como si pasasen la misma película una y otra vez, desgastada por el uso. Tres personas le miraban de reojo, antes de darse la vuelta y desaparecer. Tres personas con las que había vivido y había compartido aquellos momentos duros, aquellas épocas nada agraciadas para el país.

Ya no estaban... Ya no había nadie.
Las lagrimas ya no le caían. El cuerpo ya no le temblaba por el aire gélido que le golpeaba desde fuera. El rifle de su mano vibró, antes de caer al suelo con un estrépito que hizo eco en toda la casa.

[…]

Caminó por aquel paisaje solitario, mas deteriorado desde la última vez que lo vio, pero no importándole lo mas mínimo. Después de todo ya no vivía nadie allí, y no creía que nadie excepto el volviera a ocupar aquella casa

Pisó los restos de un cuadro que en su día estaba colgado en la pared, expuesto para las miradas maravilladas de los que lo contemplaran. Ahora solo era un montón de cenizas en el suelo, recubierto de cristales y polvo.
Las ventanas estaban sucias y cubiertas por una capa de escarcha que tupía las vistas a la calle. Las paredes ya no eran blancas y la reluciente moqueta roja del suelo apenas se distinguía.

Apretó mas el rifle en su mano, sin fuerzas para fruncir el ceño, sintiéndose mas débil que nunca...

La gran puerta principal se abrió con un chirrido, para luego golpear contra la pared violentamente ante la ráfaga de viento y aguanieve que se coló dentro. El aire ya de por si frío del interior, se terminó de congelar, mientras unos ojos amatista atisbaban sin mucho interés la figura que se distinguía entre el manto blanco de fuera.
¿Era otra turba inconforme contra el? ¿O se trataba de una rebelión a gran escala? Ninguna de las dos cosas le sorprendería...

-Ivan...

La vocecilla que se escuchó entre los silbidos del viento no se asemejaba a un grito furioso. Y mucho menos lo era el hecho de que lo llamasen por su nombre.
Reconoció de inmediato a la persona que quedó en medio de su recibidor, antes reluciente y sublime para las visitas, al quitarse la gruesa capucha roja que le cubría la cabeza.
Un pelo largo y negro, atado en una coleta que descansaba sobre su hombro y unos ojos igualmente azabaches, que parecían perforarle con aquella expresión neutra.

El rifle tembló levemente en su mano antes de levantarlo para apuntarle.

-Vete...-dijo, con una voz que no parecía la suya. Llevaba mucho tiempo sin escucharse fuera de sus pensamientos.

-Ivan, escuchame...-dio unos pasos al frente, frunciendo el ceño.

-No te acerques...-volvió a decir, sin ganas de gritar, apuntando con mas intención a Yao, que se detuvo.

-¿A caso vas a dispararme?-alzó lo suficiente la voz como para que le oyese- Sabes a que he venido, ¿y vas a dispararme?

-No necesito tu caridad -sus ojos eran dos esferas frías que perdían su color radiante, como dos pozos de agua turbia.

-¿Piensas quedarte aquí para siempre? ¿Donde está tu espíritu de lucha? El Ivan en el que te has convertido no le hace ni sombra al que eras antes...

-¿No puedes ver que ya no queda nada del que era antes? -su voz ronca se acentuó cuando quiso gritar- ¡Todo ha desaparecido! Aquí ya no hay nada por lo que merezca la pena luchar...

-Eso es solo una excusa -interrumpió, frunciendo mas las cejas-. Aún queda mucho por hacer. Tienes una país que encaminar hacia la grandeza. ¿Que tus fuerzas aliadas se han independizado? Pues simplemente busca mas. Es algo que todos nosotros no hemos dejado de hacer...

-¡No es tan sencillo! -gritó, atrabiliario, y su voz desgastada resonó en aquel lugar vacío- No es tan sencillo...

Ivan lo sabía. Aliados, amigos, familia... Todos acabarían dejándole. Todos crearían algún medio para separarse de el, y volvería a estar solo.

-Ivan, salgamos de aquí... -Yao avanzó otro paso, esquivando los escombros del suelo, sin percatarse de la mirada fría e indescifrable que le dedicaba su interlocutor, como alguien que vigila cuidadosamente y con rencor a una presa que pretende eliminar.

El algún momento una bala cortó el aire...
Momento en que decidió intervenir el silencio, como queriendo dejar paso al hecho de que Ivan hubiera disparado...
Las puertas de la entrada golpeaban contra la pared, a causa del viento, y un montoncito de nieve cubría ya las inmediaciones del recibidor.

Una gota color carmesí impactó en el suelo, seguida de muchas mas, hasta formar un charco de sangre sobre la moqueta sucia y los restos de nieve. A un lado, un cuerpo se dejó caer de rodillas, agitado por las propias contracciones de su cuerpo, mientras se ahogaba con su propia respiración descompasada.

El cañón del rifle que sostenía Ivan echó humo antes de que este lo bajase, sin dejar que el temblor de sus manos volviera a invadirle.

-Vete...-repitió, dándose la vuelta para volver a su habitación, mientras Yao se desplomaba en silencio tras el.

[…]

Los días fríos se hacían eternos. El silencio le taladraba los oídos.
Estaba pálido, débil, alerta en todo momento desde su lugar en aquella silla, que había visto pasar las horas con el.
Y cuando el silencio se rompía, era para peor.

-¿Por qué sigues aquí? -preguntó, con el rostro encogido dentro de la bufanda.

Un jadeo entrecortado le respondió, desganado, adolorido, como si aquella respiración fuese a apagarse en cualquier momento.
Un cuerpo se encontraba tirado en el suelo, justo tras de el, junto a la puerta de la habitación. Llevaba la ropa cubierta de sangre que se filtraba ya entre la tela gruesa del abrigo que tenía por encima. La camisa roja estaba rasgada con el propósito de detener a sangre de la herida que emanaba de su hombro izquierdo, retrasando en cierta medida que se desmayara.

De nuevo, aquel silencio.
Habían pasado tres largas noches en las que habían faltado las palabras, mientras que la densa nieve golpeaba las ventanas que aún estaban intactas.

Desolador...
Deprimente...
Vacío...

El frufrú de la ropa de Yao pareció hacer eco, mientras un gruñido de dolor atravesaba sus labios y salía a relucir. Su cara mas que pálida, cubierta de un sudor frío que acentuaba su mal estado, se enterneció al observar la pertenencia que había sacado de su bolsillo.
Era un llavero pequeño de un Panda, con un reloj digital instalado en su redonda y mullida panza blanca. Sonreía inocentemente con unos ojos sin vida mirando al techo, mientras la pantalla del reloj se iluminaba para que pudiese verse el paso de los minutos.

Los ojos del asiático adquirieron un brillo que no había tenido desde que había llegado a aquella casa. Una melodía acababa de comenzar a sonar. Un acorde de caja de música se escuchó salir alto y claro tras la cabeza de aquel oso diminuto, y se convirtió en un eco que recorrió toda la casa.

Ivan alzó la vista y abrió los ojos, sin hacer ningún gesto mas mientras la música continuaba llegandole en modo de nostalgia.

-¿No es increíble?-se escuchó al fin a Yao, y a pesar de su estado parecía increíblemente sereno-. Es un regalo de mi hermano Kiku. Se ha convertido en alguien grande e independiente. Mis otros hermanos también se han independizado, han creado su propio hogar lejos de mi.

-Cállate...-masculló Ivan, sin despegar su vista de algún punto en la pared.

-Yo, que crecí durante años solo, por fin había conseguido una familia. Y ahora ya no están...

No pudo seguir hablando, puesto que el mango del fusil había impactado en su mejilla con tanta fuerza que le hizo perder el equilibrio, cayendo a un lado. El llavero que sostenía patinó a algún lugar de la habitación, entonando una vez mas la música melancólica.

-¡Cállate! ¿¡Por qué sigues aquí!? ¡Te dije que te fueras!-volvió a golpearle, sin fuerzas- No tienes por qué estar aquí...

Yao tosió, y un nuevo hilillo de sangre volvió a caer al suelo. Recargándose en su brazo sano, se alzó hasta que pudo volver a enderezarse, apoyando la espalda en la pared. Levantó su mirada oscura hacia el otro con una sonrisa comprensiva en el rostro, no haciendo falta decir nada.

Ivan apretó los dientes, y sus ojos apagados parecieron volver a la vida ante las lágrimas que se aglomeraban en su retina. Derrotado y confuso, se dejó caer de rodillas al suelo frente a un maltratado Yao, cuya sonrisa parecía no querer desaparecer.

-¿Por qué te quedas conmigo...? -preguntó con su voz congestionada, soltando el rifle para limpiarse las lágrimas mientras agachaba la cabeza.

La mano temblorosa de Yao se acercó a el, manchada de su propia sangre, y le acarició el pelo. Ivan levantó el rostro, sorprendido, mientras era empujado suavemente hasta chocar su frente con la de su interlocutor.
De cerca, pudo apreciar sus ojos negros, mas llenos de vida que los suyos.

-No me voy a ir -declaró, mientras el murmurar de la musiquilla parecía llegar a su fin, pero empezaba de nuevo-. Yo no me iré.

La sinceridad de aquellas palabras hizo que Ivan no dudara de ellas. La manera afable de decirlas terminó de romper sus últimas barreras. Era algo que no escuchó nunca de nadie.
Sin miedo, sin dudas... Lloró entre los brazos de Yao hasta que la pena de todos aquellos días se aplacó por completo.

“¿Por qué te quedas conmigo...?”
“Porque yo también sé lo que es sentirse solo...”

viernes, 7 de agosto de 2009

When you kiss

Género: Shoujo, incest.
Pareja: Im x Meimei (Corea x Taiwán).



Nunca he llegado a pensar que lo que hago está mal...
Pero también es cierto que no creo que esté bien... Me contradigo tontamente, y cuando me reprocho a mi misma me juro que no volverá a pasar otra vez.

“Basta, esta será la última vez...Esto está mal...”

He oído esa frase tantas veces que ya ha perdido su sentido. Por muchas veces mas que me la diga, por muchas veces que prometa no volver a repetírmela, nunca es suficiente.
Por eso vuelvo a estar frente a ti. En verano muchas veces te quedas dormido en el tatami que lleva al jardín, tapado con una escasa manta que seguramente Yao que habrá puesto.
Llevas ropa ligera, y un Pai-pai bastante desgastado descansa a tu lado, junto a una botella de agua vacía. Estos días el sol ha pegado fuerte y todos hemos salido al jardín a refrescarnos. Ahora que lo pienso, me siento como si traicionara esos momentos puros entre familia...

Me acerco mas a tu cuerpo relajado, con esa piel ligeramente bronceada y ese pelo azabache (como todos nosotros, en realidad) cayendo hacia atrás. Me arrodillo a tu lado, y echo un ultimo vistazo a mi alrededor, asegurándome de que todos duermen. Era ya una rutina. Una rutina a la que me había aficionado demasiado seriamente...
Me inclino, atrapando un mechón de pelo tras mi oreja antes de rozar ligeramente tus labios, tibios y blandos, como siempre. Abro los míos para atraparlos en un beso suave y nada temeroso, porque bien se que no te despiertas tan fácilmente.

Lo que temo es pensar que me estoy aprovechando de ti.
¿Que harías si descubrieras esto? No quiero imaginarlo... ¿Me odiarías? ¿Me reprocharías? ¿O quizás lo tomes como la broma de una hermana pequeña demasiado inocente?
Me separo de tu rostro teniendo estos pensamientos, y como muchas noches antes he comenzado a llorar.
Detesto este sentimiento... Pero lo atesoro.
No me gusta sentirme así... Pero no lo cambiaría por nada.
Te quiero... Pero no como un hermano.

-Lo siento, Im... -digo en un susurro, implorando un perdón a alguien incapaz de contestarme. Soy una cobarde.

Me alzo con la intención de volver a mi habitación, de volver a repetirme la misma frase a sabiendas que la voy a ignorar. Pero algo la hace distinta a las otras noches. Un algo que comprendí cuando una mano firme y cálida envolvió mi muñeca, devolviéndome al suelo.

No quería mirar...
El corazón me latía tan deprisa que pensé que se saldría de mi pecho de un momento a otro.
Por mas que respiré el aire no entraba en mis pulmones, y un calor intenso se agolpó en mi cara, seguido de un frío aterrador que casi me mareó.

-Mei...-era su voz.

Estaba despierto.
No podía mirarle a la cara, no ahora...
La promesa de La última vez se vería cumplida al fin, pero no de la forma deseada.

Me vi arrastrada hacia el pecho de uno de mis hermanos, que se había incorporado lo suficiente para sentarse. Me abrazó por la cintura y, con una mano sujetando delicadamente mi cabeza, me besó.
Sin embargo, no era como esperaba. No era un beso lleno de amor como cabe esperar de dos enamorados, no había la pasión de dos amantes al darse su primer beso después de una confesión.
Era un beso de disculpas.
Un beso que decía que las cosas no podían ser así.
Cuando comprendí eso le abracé por el cuello, dejando caer mis lagrimas en silencio mientras memorizaba aquel último contacto con mi querido hermano.

Aquel momento simbolizó mucho.
Su cariño, su comprensión. Y me sentí alagada y feliz de que no tomara represalias contra mi.
Después del beso me sonrió. Su sonrisa radiante logró sacarme una de felicidad sincera, para después abrazarle, sintiendo sus caricias por mi largo cabello.

“El hecho de que te quiera no va a cambiar”

Casi podía leer su mente.

[…]

Kiku se levantó de su futón, completamente despierto, y miró a un lado a Yao sentado contra la puerta semiabierta, con una postura desenfadada, entre satisfecha y preocupada.

-Yao...

-Déjales-susurró, cerrando la puerta del todo-. Im ya lo sabía, y me lo contó. Pero esto es algo que tenía que solucionar solo. No puedo permitir que haya incomodidades de ningún tipo en nuestra familia, ¿verdad? -sonrió, gateando a su futón.

Kiku se limitó a mirar la puerta cerrada y luego a su hermano mayor, esbozando una sonrisa leve antes de volver a acostarse.