G-2
Fandom: Trinity Blood.
Género: Yaoi / Humor.
Pareja: León x Petros.
Fandom: Trinity Blood.
Género: Yaoi / Humor.
Pareja: León x Petros.
El plan estaba fallando. Y eso eran malas noticias si analizábamos la expresión de Catherina en aquellos momentos, sentada tras su mesa mientras sus fríos ojos permanecían cerrados y fruncidos, como si le atravesara un intenso dolor de cabeza.
Al otro lado, sentados en las sillas dispuestas por la habitación, León García de Asturias, el cura español y Petros Orsini, director de la Inquisición, esperaban el veredicto.
Todo había empezado con una misión. La falta de agentes y la inconformidad con su hermano, el Cardenal Francesco, habían obligado a Catherina a enviar al único agente disponible al imperio germánico. Por supuesto, su hermano se tomó la libertad de enviar sus propias tropas, y algo que había comenzado como un simple mandato había acabado en guerra.
Una guerra entre “hombres del mismo bando”.
No es que fuera un hecho aislado el que dos compañeros pelearan. Incluso no siendo compañeros y solo compartiendo causas y objetivos, las peleas resultaban bastante normales. Pero eran intolerables cuando se lanzaban al ruedo, olvidándose de todo a su alrededor, dejándose la vida para darle un puñetazo a su adversario...
...Y los gastos de la sede subían y subían.
-Han sido...-Catherina consultaba de nuevo la lista que le había facilitado la hermana Kate, que parpadeaba a un lado de la mesa, como asustada-: tres restaurantes, una posada, un monumento importante de la plaza mayor. Eso sin contar los daños y prejuicios de los ciudadanos y la total falta de disciplina ante la guardia germánica.
La mano le temblaba ante todas aquellas facturas. Desgraciadamente no era la primera vez. Los encuentros de Ax y la Inquisición habían sido nefastos la mayoría de las veces, pero cuando se juntaban aquellos dos monstruos la cosa pasaba a mayores. Petros y León parecían haberse jurado odio mutuo, y ningún elemento les impediría intentar matarse entre si.
-Esto ha llegado demasiado lejos -la voz serena de Catherina daba mas miedo que una que mostrara enojo-. Me es imposible seguir ignorando esta situación. Lo siento, pero esto requerirá medidas drásticas. A parte de que los gastos saldrán de vuestro sueldo...
-¿¡Que!? -gritó el Padre León, reviviendo de su silla junto a la ventana- ¿¡Significa eso que se me suman días de cárcel!? ¡No es justo! ¡Siempre es ese amargado el que empieza!
-¿¡Como has dicho!? -otro grito atronador y Petros se alzó- ¡No me compares con un animal salvaje como tu, hereje convicto! Eres tu el que parece tener algún tipo de problema conmigo y con como ejerzo mi trabajo...
-¿En serio? Será porque vas gritando “herejes, herejes, a la hoguera” cuando ves pasar a cualquiera delante de ti...
-¿¡QUE INSINÚAS!? -se acercó, y de entre todos los agentes, era el único que podía mirar a los ojos a León desde una misma monstruosa altura- ¡Si quieres decirme algo dilo ahora, sucio perro callejero!
-¡Ni te me acerques, tío! ¡Esa cara tuya que parece estar oliendo mierda me pone enfermo!
….Y así era como empezaban los disturbios. Diez minutos después, tras cargarse parte del despacho de Catherina, ambos se encontraban en los calabozos mas seguros de Roma, enjaulados en una misma celda que no parecía capaz de soportar sus auras guerreras.
-...Pues vaya con la señora, si que ha sido drástica...
-Todo esto es culpa tuya. Indigno.
Y así estallaba su primera pelea dentro de la celda.
[…]
Día 1...
Como era lógico, tanto sus hábitos, armaduras o crucifijos y las armas de combate que solían utilizar se les fueron confiscadas. A cambio, recibían un uniforme a rayas que les quedaba ceñido. Por lo menos, hasta que consiguieran algunos de su talla...
-No lo puedo creer. Con esto he manchado el nombre de la Inquisición para siempre... -Petros se miraba la ropa tras cambiarse en los vestuarios con una docena de reclusos mas.
-No te creas. Si la Inquisición admite tipos como tu no es que tuviera muy buena reputación -se sinceró León, mientras echaba una partida de cartas con los compañeros del pabellón de al lado. La vida de detenido no le suponía muchos problemas y estaba prácticamente adaptado.
(Día 1, 16:47 de la tarde. Estalla la segunda pelea entre las dos moles. Esa noche se van a la cama sin cenar)
Día 2...
Tras la pelea del día anterior, no habían podido solucionar el uso de las camas. Ambos se negaban a dormir en la litera de abajo, por lo que, demostrando una brutalidad que acojonó a los demás recluidos, partieron el conjunto y los transformaron en camas individuales, una en cada esquina de la celda para “no verse las caras”.
A parte, se les suministró uniformes mas holgados.
-Pareces demasiado acostumbrado a estar encerrado -había mencionado Petros aquella mañana tras el desayuno. Ahora estaba sentado en la cama leyendo uno de los libros de la biblioteca.
-No es que esté acostumbrado. Solo me resigno y tengo paciencia, ¿te suena? -contraatacó León. Estaba tirado en la cama sin hacer nada, como digiriendo aún el desayuno.
-¿Es que no tienes moral? Se supone que eres un emisario de Dios. ¿Por qué te encerraron en primer lugar? No quiero compartir una celda con un delincuente.
-No te incumbe. ¿Y a quién llamas delincuente, señor-limón-arrugado?
A Petros le salió una vena en la frente tan gruesa como su dedo pulgar.
-Jeh. No me provocarás con unos insultos tan infantiles-a pesar de sus palabras, el libro temblaba en sus manos ante el apretón que le estaba dando-. Cuando antes te ignore antes me dejarán salir. La justicia espera por mi fuera de estas paredes, es injusto que un creador de Paz como yo esté encerrado con los que ya he ajuiciado.
León soltó una sonrisita socarrona.
-¿Creador de paz? ¿Lo dice el apodado “caballero de la destrucción”? -se incorporó de lado y señaló con el pulgar hacia fuera de la jaula- Además, deberías moderar tus comentarios aquí. Muchos de tus “ajusticiados” querrán venganza.
Petros se percató de todas las miradas asesinas que se dirigían a su persona. Sin embargo, no pudo importarle menos.
(Día 2, 10:21 de la mañana. Sin saberlo Petros, comenzaron a circular planes en su contra.)
Aquella tarde...
Una hora después del almuerzo los reclusos se hallaban en el patio. Era un pequeño momento de libertad vigilada y cortada por una gran pared alrededor.
León aprovechaba esos momentos para ejercitar su cuerpo con las pesas... Lo malo era que Petros también.
-¡Venga, venga! ¡Estás flojo, chico! ¿No puedes seguir mi ritmo? -León hacía sentadillas con una barra llena de pesos sobre los hombros. No llevaba camisa y exponía una sonrisa de animal feroz y arrogante.
-¿¡Quién dice que no puedo!? ¡Soy el director de la Inquisición! -Petros gritaba al aire su posición en la sociedad sin ningún miedo, mientras imitaba a León justo en frente de sus narices.
-¡Pues te llevo siete de ventaja! -jadeaba León.
-¡Esas te las has inventado! -jadeaba igualmente Petros.
(Día 2, 15:12 del mediodía. Tras haber competido en todo lo imaginable y no haber concluido con resultados satisfactorios, las dos moles se enzarzan en una pelea, llevándose por delante a un agente que intentaba detenerlos. Tras el permiso adecuado, ambos fueron recluidos severamente en la Habitación de Castigo.)
Esa noche...
La Habitación de Castigo era una diminuta parcela donde cabían tres hombres de constitución normal. Pero hablando en términos monstruosos, los dos integrantes de aquel momento estaban en pié, a oscuras, de frente y completamente apretujados.
-¿Cuánto llevamos aquí? Se me ha dormido la mano...-León parecía haberse calmado tras las primeras cuatro horas allí dentro.
-¿Es la mano que lleva posada en mi muslo todo este tiempo? -gruñó Petros, moviéndose lo poco que le permitía el otro cuerpo contra el.
-¡Eh, deja de moverte! ¡Le vas a dar a mi chico! -protestó el español, refiriéndose claramente a su entrepierna.
-¡No seas obsceno! ¡Un sacerdote no debería hablar así! -replicó el Italiano entonces, adelantando el rostro mínimamente para que al otro le llegase el grito con mas claridad.
-¡Pero deja de chillarme, Demonios!-contradiciendo sus palabras, gritó- Este lugar es estrecho, y tu voz me llega perfectamente aunque no quiera oírla. Ah, estoy sudando... Nunca me habían metido aquí, es tu...
-¡No es mi culpa! Un jugador como tu me arrastró a la competencia esta tarde, no tuvo nada que ver con mis deseos.
-No habrán tenido nada que ver, pero quien se pica...
-¡Calla! No tengo porque seguir escuchando las tonterías de un inútil miembro de Ax. ¡No te me pegues tanto! -Petros comenzó a agitarse tanto que las paredes de aquel habitáculo se quejaron.
-¡Eh, eh, quieto! En serio, que me das en mis joyas de la corona... -León también se movía, intentando evitar a Petros.
Cinco minutos de forcejeo después, el Inquisidor miraba hacia la pared, dándole la espalda a León, que tenía “sus joyas” protegidas firmemente por un mullido cojín de carne blanda.
-¿Y ahora que, genio? ¿Es que querías esta posturita desde el principio o que? -León sonó entre la burla y la vergüenza escasa.
-¡¡Deja de insinuar perversidades!! ¡Y mantén a ESO en su sitio, grandísimo pervertido!
-¿De donde viene eso de pervertido? ¡Eres tu el que está frotando ese culo redondo contra mi! -se movió, dando una palmada a un lado del muslo de Petros.
-¡No tengo un culo redondo! Ni que fuera una mujer...
-¿Ah, si? ¿Y esa melenita brillante y cuidada? -seguía moviéndose mientras Petros quería cambiar posturas de nuevo.
-¿¡Que tiene de malo!? ¿Quieres que todos vayamos como tu, pareciendo pordioseros!?
-¡Tienes una boca muy grande, señor agriado! Sigue moviéndote y descubrirás lo que tengo yo grande...
-...¡¡Maldito hereje descontrolado!!
Cuando los carceleros abrieron la puerta media hora después, la escena de dos hombres sudando y jadeando (por haberse peleado) creó una idea equivocada de aquellos dos prisioneros.
Día 3...
Por algún motivo, Petros a abandonado los libros y se ha puesto a jugar una partida de cartas. Lo que no se esperaba era que en aquel juego se apostara ropa. Es decir, a cada partida que perdías, te quitabas una prenda. Y puesto que el uniforme que llevaban eran dos piezas, pues...
-¡Enfermos! -Reacción de Petros al enterarse de que iba el asunto. Aunque al final, para que nadie le llamase “cobarde”, jugó hasta que se retiró “amistosamente” tras perder siempre.
En el comedor, a la hora del almuerzo, las conspiraciones contra Petros continuaron, mientras veían pasar al aludido con su bandeja y luciendo una coleta alta en su pelo claro. Un grupillo especialmente sospechoso, dispuesto en la mesa mas apartada de la entrada, planeaba sus cosas, pues estaban hablando de un animal de casi tres metros.
En el patio, León intercambiaba revistas X que había conseguido de a saber que lugar por una caja de tabaco. Era lo que se llamaba el mercado de los reclusos, y como no hacían daño a nadie, pues era permitido. Pero todo aquello acabó siendo en vano, puesto que Petros le tiró los cigarrillos por la taza del váter cuando se percató de que se pondría a fumar en la celda.
(Día 3, 22:53 de la noche. Otra pelea que los manda a ambos a la enfermería.)
Día 4...
Petros está hasta las narices de que le miren cuando sale al patio o camina por los pasillos hasta el comedor. También está hasta las narices de que León ronque incluso metiendole calcetines en la boca. Hace mucho que se ha cansado de los tres libros interesantes que habían en la biblioteca y echaba en falta agarrar su Screamer entre sus puños.
-Sigue confiándote y dentro de nada te harán agarrar algo igual de duro que ese ventilador tuyo... -había comentado León, recibiendo luego un almohadazo departe del Inquisidor para que dejara de ser tan gráfico.
Sin embargo, el Padre Dandelion tenía otros planes a seguir, y eso lo demostró aquella misma noche, cuando al apagar las luces de las celdas y activar las del pasillo, comenzó a hacer ruidos extraños.
Al otro lado de la habitación estaba Petros, sobre la que antes era la litera de arriba. Abrió los ojos y enfocó escasamente la pared. Iba a girarse para meterle otro calcetín en la boca si era necesario, cuando escuchó algo que no era un ronquido ni de lejos...
-Llevas mucho tiempo ahí dentro, ¿verdad? -su voz sonaba ronca- Ahh, ya lo creo. Vamos, alcemos el mástil de la salvación~
Y se pone a canturrear mientras gime...
“¿Que demonios...?”
-Umm... Que reacción mas increíblemente rápida. Estás en forma, chico... -cualquier ser humano se plantearía el hecho de estar hablándole a su pene.
Desde luego, era lo que Petros pensaba en ese instante. Y, aparte de absurdo, le parecía increíblemente denigrante. ¿Aquel animal en celo se estaba masturbando? ¿Con él en la misma habitación? ¿¡Con el aún despierto!? Y por el amor de todos los cielos, ¿¡de verdad estaba hablando con...!?
Petros frunció el ceño, mientras escuchaba gemidos mas intensos, mas graves, como si estuvieran jadeando en su oreja. De hecho, no lo parecía, es que sentía perfectamente un aliento tibio con ligero aroma a tabaco.
-¿¡!? -se levantó de un salto, mirando a la oscuridad. León estaba justo a su lado, perfectamente vestido y sacandole la lengua- ¿¡Que estabas haciendo!?
-¿Que crees tu que hacía? -interrogó con tono burlón- Por mucho que prediques la justicia y las leyes de castidad, lo primero que has pensado es que me la cascaba, ¿no? ¿Quién es el pervertidillo ahora, Hermano Petros?
Petros se puso rojo, pero de ira. Sacó el puño de entre las sábanas y lo estampó en la cara de León, que cayó al suelo ruidosamente.
-¡Deja de hacer cosas innecesarias! -le gritó antes de arrebujarse de nuevo en su cama, mirando hacia la pared.
León se levantó, curiosamente sin tomar venganza de ese golpe. Solo tenía una sonrisita de satisfacción en el rostro.
-¿A que ha venido eso? Ni que se le hubiera levantado... -murmuró antes de volver a su lecho.
(Día 4. Petros no durmió esa noche...)
Día 5...
Los planes y conspiraciones contra cierto hombre han llegado a un punto en el que no se puede volver atrás. La Cardenal Catherina Sforza ha estado recibiendo informes nada satisfactorios sobre la conducta de los dos recluidos, por lo que no levanta aún el castigo. Pasa sus tardes trabajando, estresandose y bebiendo té.
En la comunidad de prisioneros, el mas fuerte se ha alzado con el “liderazgo” de las parcelas. Aunque tal título se lo habían dado a León los cuatro blandengues que jugaban con el a las cartas, así que no estaba justificado.
Petros seguía demasiado ajeno a las miradas que le echaban, y seguía pasando los días regañando, peleándose con León (al cual ni miraba desde la escenita de la noche anterior), entrenando en el patio (o la celda) y volviéndose a leer libros (que al final sirvieron mas como medio para pegarle a León sin levantarse de la cama).
Esa tarde...
El almuerzo de esa tarde se compuso de algo parecido a una ensalada de atún y un potaje de un color bastante poco apetitoso. Por algún Azar del destino, Petros y León habían acabado sentados unos frente al otro. Los coleguillas del español hablaban del juego de cartas que habían echado esa mañana.
Pero...
-¿¡Quieres dejar de robarme comida, muerto de hambre!? -aunque no había alzado la voz, la voz de Petros se escuchó perfectamente entre el jaleo del comedor.
-No seas amargado, solo son aceitunas... -la respuesta de León fue calmada, a su ritmo, mientras seguía pasando las olivas de la bandeja de Petros a la suya.
Petros asestó un golpe de tenedor tan fuerte que este se quedó clavado en la mesa, atrapando al de León.
-No quiero ponerme a mencionarte todos los mandamientos que has roto en estos cinco días, pero este será el último que me muestres.
-¿De que estás hablando? ¡Dame tus aceitunas! -pasa a cogerlas con la mano directamente.
-¡Ah! ¡Asqueroso maleducado! ¡Deja de robarme!
-¡Pero si ni siquiera te gustan! Te he visto apartarlas, joder...
-¡Como si juego a la pelota con ellas! ¡Ten ética!
-¡¿Pero que ética ni que cojones?! ¡Que solo quiero comer aceitunas, no niños!
(Día 5, 14:07 de la tarde. Otra pelea. Los celadores no tienen ideas de como detenerles, y puesto que la Cámara de Castigo estaba ocupada, los mandaron a cada uno a una punta del recinto, custodiados por seguratas personales.)
Esa tarde, León...
La bestia de Ax estaba haciendo lo que mejor se le daba: ser un bestia.
Estaba en el patio, picándose con unos matones que parecían armarios empotrados haciendo flexiones. Al final, y no se sabe como, han acabado siendo amigos y al rato estaban jugando un partido de baloncesto...
El carisma de los españoles...
Esa tarde, Petros...
El inquisidor a acabado en las duchas. Con la pelea a acabado con comida por encima, y a parte de eso necesitaba paz y silencio al menos cinco minutos.
Se quitó el uniforme sucio, lo hizo una pelota y lo tiró al carrito enorme de la ropa sucia que estaba a la entrada. Luego caminó a aquel espacio de baldosas cutres color blanco, viejas ya, con los telefonillos de las duchas con un diseño antiguo saliendo de la pared, entre tuberías.
Prendió la mas alejada de la puerta (por suerte ahí el agua era templada) y se metió bajo ella. El agua le recorrió el cuerpo marcado en cuestión de segundos.
El estar al frente del campo de batalla, en las misiones mas descabelladas como “un Justiciero”, había dejado marca en aquel cuerpo escultural, donde no parecía sobrar nada. Su piel ligeramente blanca y tersa, donde cada músculo destacaba de forma intimidante. De hecho, no parecía que nadie fuese tan estúpido como para querer enfrentarse a aquella mole de mas de dos metros...
-¿Todo listo? ¡Vamos a ello!
-¡Roger!
...sin embargo, las personas estúpidas aún existían. Y los que parecían querer morir a manos de Petros Orsini no eran ni mas ni menos que tres hombres; uno delgado y pálido, el otro bajito y musculoso y el último parecía un San Bernardo. Quizás pudieran representar una amenaza si se fusionaran y entrenaran durante medio siglo.
Aunque por donde estaban (escondidos en el trozo de viga de la entrada antes de las duchas) no parecían querer atacar. Mas bien acechaban a la presa.
-Apunta bien...-susurró el San Bernardo, mientras el escuálido hombrecillo se llevaba a la boca una especie de cerbatana.
-¿Puedo darle en el culo? Me hace ilusión... -voz de pervertido.
-¡Centrate! -le instó el musculoso con voz ronca.
Al segundo después, un destello de aguja cortaba el aire casi inexistente de la habitación, impactando en la espalda de Petros. Este ni me inmutó...
-Te dije que ese era muy suave. Dispara el de la dosis alta...
-Pero si fallo desde aquí... -cargó en el tubo un frasco improvisado de cristal, con una gran aguja en medio- Ahí va, rezad...
Cuando iba a enfocar el objetivo, este ya no estaba. Se quedó con la cerbatana en alto, mirando a ambos lados, al igual que sus compañeros. No negaron que mas de uno se lo hizo encima cuando Petros reapareció tras la viga, toalla envuelta a la cintura y ceño fruncido.
-¿Queréis algo?-interrogó, con voz tosca.
Ante los balbuceos de los otros tres, y los movimientos innecesarios, la capsula de cristal cayó del tubo al suelo, clavándose limpiamente en el pié del Italiano.
-¿Hm? -corearon los cuatro. Los tres iniciadores del acoso vieron aquel liquido desaparecer, y se miraron con complicidad.
Petros simplemente se inclinó, se despegó aquella aguja del pié y la tiró al fondo de las duchas. Luego ignoró a los otros y salió fuera, donde le esperaba el segurata con un recambio de ropa.
Dentro del baño, pasó una rosa del desierto... algo bastante bizarro.
-¿Que acaba de pasar?
-Quizás la dosis era poca... Os dije que para un tipo tan grande hacía falta lo suficiente para tumbar a un toro.
-¿Y si hubiera palmado? Mejor ideamos otra cosa...
Los tres intentos de secuestradores/violadores salieron a conspirar aún mas.
Esa noche...
León llegaba a la celda cuando el sol casi se ocultaba. Había tenido entretenimiento de sobra con el baloncesto, y los guardias parecían disfrutar viéndolo (y apostando), por lo que alargaron su hora de recreo. Cuando al fin se dio un baño y el segurata vio prudente dejarlo en su celda con su compañero, se retiró, mientras León se estiraba, emitiendo un gruñido de satisfacción extremo.
-¡Ha sido una tarde productiva! Y hemos ganado, no está mal...-caminó a su cama y se sentó- Para la próxima han dicho que como regalo a nuestra victoria nos regalaran unos puros, así que a dejarnos la piel. ¡Eh, Rumiante! ¿Acostado tan temprano?
Se dirigió a Petros, en la cama de enfrente, donde este le daba la espalda mirando a la pared. Tenía la sábana cubriéndole casi por completo, aunque ni siquiera la propia cama era lo suficientemente grande como para abarcarle del todo.
El Director de la Inquisición no abrió la boca. Ni aún cuando León hubiera dicho mal su apodo, denigrándolo tanto. Permaneció inmóvil a ojos del cura español, bajando y subiendo el cuerpo en una respiración pesada.
-¡Que aburrido eres! -dijo, lanzandole una zapatilla, que rebotó en la pared, se deslizó por la sábana y volvió al suelo. Luego se tumbó, cruzando los brazos tras su cabeza, pensando en que tipo de estrategia podría utilizar al día siguiente.
Los ruidos de fuera comenzaban a apagarse a cada minuto que pasaba. Los guardias cerraban las celdas, hacían inspección rutinaria y se retiraban a sus propias parcelas. De fondo se oyó la última puerta de salida al patio cerrándose con llave, mientras el que hacía guardia se disponía a pasar media noche en vela hasta cambiar de turno.
Cuando el silencio se hizo (a excepción de algún ronquido lejano), León pudo oírla. Aquella respiración pesada proveniente de su misma celda, aquel jadeo constante que parecía querer ser reprimido a cualquier coste. Dandellion giró la cabeza en la oscuridad, distinguiendo apenas el manto blanco de la cama. Que el recordase, Petros nunca había roncado, ni siquiera se movía mientras dormía. Ahora sin embargo podía oír hasta los fuertes latidos de su corazón.
-Oye, ¿estás bien? -preguntó despreocupadamente. Al no obtener respuesta se incorporó hasta sentarse en la cama, manteniendo fija la vista- ¡Hey, contéstame!
Lo único que volvió a oír en respuesta fueron jadeos bajo la sábana.
León acabó levantándose, caminando hacia el e inclinándose para oírle mejor. El Italiano parecía estar asfixiándose por segundos, aunque dudaba seriamente que una congestión pudiera matar a un tipo como aquel.
-Eh, si has pillado un resfriado llama al celador, no pretendas que te traiga sopita a la cama... -Alzó la mano y la posó en su hombro con la intención de moverlo hasta obtener alguna respuesta. Pero en lugar de una protesta o un “¡No me toques!”, le agitó por completo el cuerpo un sobresalto demasiado serio. León arrugó el entrecejo, volvió sobre sus pasos y buscó entre la funda de su almohada el encendedor que en su día se había agenciado. Luego volvió junto a la cama de Petros, dándose en las canillas con el canto de somier. Prendió el mechero y volvió a inclinarse...
El Inquisidor parecía estar despierto, pero completamente ido. Tenía los ojos dilatados y entrecerrados, y un leve fruncimiento de cejas en su frente perlada de sudor, en la que se adhería su flequillo recto y claro. Descansaba de lado con el cuerpo completamente relajado, y su pecho se hinchaba y deshinchaba por su respiración, cada vez mas rápida.
León comprobó, tras pasar el shock de la imagen inicial, que incluso temblaba. Si todo aquello estaba siendo posible en un tipo como aquel, solo se podía pensar en dos cosas: Que la gripe que había cogido era cojonuda o que la gripe no era una gripe, y entonces ya estaríamos hablando de algo mas serio.
Alzando la mano hasta su frente, intentó comparar temperaturas entre el y Petros. Sin duda parecía mas tibio, pero era un tipo de calor que emanaba del cuerpo entero. Antes de dar la voz de alarma, lo empujó suavemente (o todo lo suave que se puede ser con un enorme cuerpo como aquel) hasta dejarlo boca arriba. Agarró las sábanas y las arrojó a su cama.
-Idiota, si tienes fiebre no te tapes... -mencionó, observando como el uniforme carcelario se pegaba a aquel cuerpo pálido, resaltandolo todo.
...y “todo” quería decir TODO.
El Italiano, pareciendo reaccionar ante el propio estado de su cuerpo traidor, hizo un esfuerzo sobrehumano para incorporarse hasta sentarse, emitiendo un gruñido cuando su notable erección chocó contra sus ingles.
-¿Que pasa? -preguntó, con voz ronca y jadeante- ¿Ahora tienes como hobby... ver como duermo o que?
León, que despertó de su lapsus momentáneo, no se desvió del tema. Señaló a los bajos de Petros e inquirió, con rostro sorprendido:
-La tienes tiesa.
-¡Muy elocuente, genio! ¿Por un casual te has dado cuenta de que, como hombre que soy, puede ponerseme tiesa? -como no, Petros contraatacó.
-¡Si, pero supuestamente a ti no te tiene que pasar! Tu eres un frígido santurrón que calienta menos que el sol de abril...
-¡Perdona que sea un hombre honrado y trabajador que no piensa en cascársela todos los días! No me compares contigo, bestia.
-¡Ja! -León se encogió de hombros y sonrió, arrogante- Yo no me la casco, normalmente me lo hace la que yo quiera...
-Las mentiras también son pecado -sonrió de medio lado Petros, obviando su inconformidad.
-Deja de joder si no quieres ser tu el que me haga un trabajito -retador.
-Ni muerto... -por su forma de mover los labios pareciera que fuera a decir algo mas, pero se cortó de repente, inclinándose hacia delante, jadeando de nuevo. Un espasmo doloroso le había recorrido el cuerpo desde su entrepierna.
León, dejando la discusión para un momento mas propicio, soltó una sugerencia mientras se rascaba distraidamente la punta de la nariz.
-Hasta que no hagas algo no te bajará. Y te aseguro que duele lo suyo...
-No seas ridículo... -Petros habló contra sus piernas. Cuando se alzó, su pelo se deslizó por sus hombros, brillando ante la diminuta llama del mechero -Apaga eso y vuelve a tu lugar.
-No seas gruñón, solo estoy intentando darte un consejo. Seguro que no te has masturbado nunca... -dijo, soltando una risita el tiempo que el encendedor se apagaba, recalentado.
Se hizo el silencio. La respiración pesada de Petros seguía llenando la celda. León no se movió de su sitio, hasta que se dio cuenta de que su compañero no había contraatacado a su última burla.
-... ¿¡Es en serio!?
-¡Cierra el pico! ¿¡Que te importa a ti!? -se oyó al otro en la oscuridad.
-¡Claro que me importa! Eres raro de cojones, ¡quiero disecarte!
-Deja de decir tonterías...¡Ahh!
-...
El silencio que se hizo después de aquel gemido fue incómodo por ambas partes. Dandellion había pasado la fase de las burlas y había entrado en la de la compasión y el calor del momento. Por el contrario, Il Ruinante estaba por pedir a sus doce apóstoles que crearan un muro a su alrededor para que nadie le oyese hasta que se le pasase todo aquello.
Los muelles de su cama crujieron, y sus ojos se agrandaron, mirando a la oscuridad. Demasiado cerca, sonó una voz con olor a tabaco.
-Venga, que te ayudo.
-... ¿¡Que!?
-Que te ayudaré a hacértelo, hombre. Venga, sin mariconadas...
-¿¡Se puede saber que estás diciendo!? -Petros intentó golpear a donde pensaba que estaba, pero su brazo cayó sin fuerzas sobre, las que supuso, eran las piernas de León.
-No es para montar un escándalo -le cogió el susodicho brazo-. Eres tu el que ha despertado mi curiosidad. ¿Que edad tienes? Y aún eres...
-¡Olvídalo! -lo cortó- Si tengo que aprender, eres la última persona de quien lo haría...
-Seguro que tampoco te han besado -León parecía tener un objetivo marcado, y no escuchaba nada mas.
-No voy a caer en tu jueguecito infantil... ¿¡!?
León había tirado de su brazo y, tras palpar su rostro, le había cogido de la nuca y le había besado salvajemente. Su lengua experta se abrió paso por la boca reticente del Inquisidor, que se revolvía todo lo que su escasa fuerza le permitía, mientras el Agente de Ax permanecía inmutable, hundiéndose cada vez mas en el.
Cuando al fin le dejó respirar, lo primero que se oyó fue una palabrota de Petros, seguido de amenazas de muerte variadas y gráficas.
-Lo sabía. Tu primer beso, ¿eh? No me extraña, con esa cara de tócame y te mato que tienes no atraes a las chicas... -volvió a buscar a tientas, dando con lo que buscaba- O igual no te van las chicas. Como eres Italiano...
-¡Discriminador! -volvió a gemir cuando León apretó con su mano enorme su miembro por encima del pantalón. Sujetandole el brazo de un golpe, intentó volver a amenazar- Te lo advierto... Pasa de este punto y eres hombre muerto.
La respuesta de su interlocutor fue como una burla muy obvia, puesto que ignorándolo a él y a su fuerza dudosa, posó la otra mano en su hombro y lo devolvió a la cama, que crujió ante dos pesos encima.
-Creo que algo por aquí está mas duro que antes. Que casualidad que fuera después de darte el mejor beso de tu vida, ¿no? -en la oscuridad, León sonrió- Anda, no. Que no tienes con quien comparar...
-¿Estás de listillo o es que quieres morir a mis manos? -no desistiendo, Petros le cogió por la pechera de la camisa desgastada.
-Quiero que tus manos me hagan otra cosilla -respondió si pudor- No te preocupes, el Padre Dandellion te transmitirá sus habilidades.
Para recalcarlo, hizo tres movimiento precisos, de arriba a abajo sobre su miembro. El cuerpo bajo el se revolvió, inquieto, excitado y jadeante.
-P-Para de una vez... No tiene gracia.
-Un poco si, ¿no crees? -carcajeó, apartándole de un manotazo el puño nada firme que le agarraba de la ropa- Dejará de tenerla cuando te estrenes.
Presionó con la rodilla aquel miembro escondido bajo la tela, pero igual de notable, mientras sus manos hacían un alarde de fuerza bruta y le desgarraba la camisa del uniforme de la cárcel. Tan ocupado como estaba en intentar apartar aquella pierna de sus bajos, Petros no pudo esquivar un segundo beso frenético, donde otra vez aquella lengua tomaba ventaja de la suya, saliendo de su boca y deslizándose a su cuello.
-¡A...Asqueroso! ¡No me muerdas! -gritó al notar la presión de los dientes, gimiendo instantes después ante un nuevo empellón de aquella absurdamente placentera rodilla.
-Se me hace raro desvirgar a alguien. Bueno, ya iba siendo hora. A veer, pezones, pezones... -León de comentarista.
-¿¡Que vas a hacer con mis...!? ¡¡Nnhg!! -Recibió el primer mordisco en uno de ellos, mientras el otro era retorcido entre dos dedos. Se arqueó, frotándose completamente contra su muslo, estallando en un orgasmo antes de que pudiera de darse cuenta de algo mas.
Su gemido fue aplacado por la palma de su mano, como su último intento de resistencia.
León alzó la vista hasta donde creía que estaba su rostro. Luego se enderezó, palpando su entrepierna de nuevo, pegajosa y temblorosa.
-Eso ha sido rápido. Ni siquiera he usado la mano, cuanta energía.
Recuperando el aire y avergonzado (a su manera), Petros notó cada músculo de su cuerpo destensarse lentamente. Al menos agradecía que no hubiera luz... Aunque aún así correría la sangre española en aquella jaula...
Escuchando un frufrú de ropa distante, puesto que su propio corazón le golpeaba los tímpanos, pudo volver a incorporarse, buscando a León para empezar su masacre con un puñetazo bien dado en sus narices entrometidas.
-De esta no te libras, bastar... ¿? -algo extremadamente duro y caliente se posó en su mejilla. Una mano ajena también se tomó la libertad de hundir los dedos en el pelo de su coronilla.
-Te toca. Chúpamela -directo y conciso.
-¡¡¡¿¿¿???!!! -cuando intentó retroceder, la mano lo empotró contra las ingles del moreno- ¿¡Has perdido la cabeza!?
-Deja de chillar y usa la boca para algo mejor. Es tu culpa; al final me he calentado yo también. ¡Así que a chupar!
-¡¡Quítame eso de la cara, degenerado!!
-Llegados a este punto no se puede volver atrás. Acepta lo que venga como un hombre.
-¡Esto no tiene nada que ver con ser un hombre! -seguía teniendo intentos fallidos de separarse- ¡Aléjate de mi!
-No seas infantil... -la voz de León sonó mas calmada, como si quisiera acabar con la discusión en aquel punto y pasar a lo que le interesaba realmente. Antes de que Petros pudiese protestar con alguna de sus contestaciones mordaces y críticas (donde fijo que mencionaba a la iglesia), el moreno le introdujo dos de sus dedos gruesos en la boca, forzando su mandíbula ante los intentos fallidos de darle un mordisco.
-¡Unhg! -Petros intentaba apartarle la mano antes de ponerse a tratar empujarle por completo, sintiendo una sacudida inoportuna en el cuerpo cuando León había recurrido a los pezones nuevamente. Aún así se mantuvo en sus trece y no dejó entrar algo mas que aquellos dedos a su boca.
-Cabezota...-chasqueó la lengua el español, retirándose de aquella batalla perdida.
Petros se limpió el hilo de saliva que le escurría por el mentón, mirando a las sombras.
-¿Quién haría algo así? No seas ridículo.
-¡Ja! Te he dado la posibilidad de hacerlo sin dolor; ahora arrepiéntete todo lo que quieras -aquella voz no sonaba muy jovial, cosa que se demostró al segundo después, cuando a tientas buscó la cabeza de Petros y de un empujón la atrapó contra la cama.
El chirriar de los muelles decía que la endeble estructura no aguantaría mas saltos como aquel, y menos el peso del gigante que ahora se movía hasta situarse de espaldas al otro enorme hombre.
La voz del Inquisidor se escuchó ahogada, entre jadeos y la tela de las sábanas.
-¿¡Y ahora que se te ha ocurrido!?
-¿No puedes adivinarlo? -sonrisita burlona, agarrando el elástico del pantalón para bajarlo hasta dejarlo a medio muslo. La mano de León tuvo que ejercer mas fuerza aplastante a la mano que retenía a Petros boca abajo sobre la cama- Que, ¿nervioso? Debiste habérmela chupaado.
-¡Esto es increíble! Lo tuyo sobrepasa los límites de la herejía, muchacho. Eres una oveja completamente descarriada.
-Es deseo carnal no es herejía. Aunque es verdad que estoy separado del rebaño desde hace mucho-soltó otra risa ronca antes de posar la mano en los cuartos traseros de Petros, mostrando su apreciación con un silbido-.Sabía que era redondo, no está mal.
-¡Deja de usar ese tono conmigo!-alzó el brazo, que tal y como estaba le parecía pesar mas que su propio cuerpo, y buscó el de León para apartárselo de encima.
-Y tu deja de preocuparte por cosas que no vienen a cuento -dijo, deslizando los dedos por aquel musculoso trasero hasta encontrar lo que buscaba entre aquella oscuridad absoluta- Vale, ¡ahí voy!
Tras canturrear su última frase, forzó su dedo índice, ligeramente húmedo tras la batalla oral, a perderse en terrenos inexplorados. Claro que Petros no se esperaba aquello, y el quejido de sorpresa que emitió, seguido del escalofrío de su cuerpo (que seguía traicionándole) hicieron que León quisiera acelerar el proceso y, como no, las burlas.
-¿Todo bien, Hermano Petros? ¿Duele mucho? -esto último lo preguntó algo mas serio- Me estás apretando demasiado, podrías intentar relajarte al menos...
Silencio...
A excepción de la respiración pesada del Inquisidor y los muelles de la cama, no se oía nada mas. Fue como si todo se hubiera detenido de repente para que la situación pudiera ser procesada y asumida...
-Eh, ¿sigues aquí? -burlón.
-Q-...¿Que estás... haciendo? -apretó los dientes al notar como su entrada se expandía contra su voluntad por segunda vez ante la invasión de otro dedo- Tu... maldito inmoral...
-¿Que? ¿Dándote cuenta de la situación? -moviendo lentamente aquellos dos dedos, presionando mas su cabeza contra la colcha- No te equivoques, aunque lo parezca no es que te vaya a violar o algo. Te estoy “echando una mano”.
-¡Me parece a mi que el que no ha entendido la situación eres tu! ¡Y suéltame, se me está durmiendo el cuello!
-Tu mandas -dijo. Para cuando apartó la gran mano de su cabeza, ya estaba situado, colocado y preparado. Palpó el cuerpo del otro, sujetándole por la cintura antes de empujar, primero la punta y luego, con ayuda de la fuerza ejercida en el otro cuerpo, parte de su miembro.
-¡¡Ahhg-...!! -Petros se mordió el labio ante la primera punzada de dolor, bajando de nuevo la cabeza hasta dar con las sábanas- Saca... ahora mismo...
-Menos quejarse y mas relajación. Estás tan apretado que no puedo ni moverme, respira hondo al menos. ¿O es que tienes el culo tan estrecho como la mente?
-Maldita sea... ¿quien es el que está... haciendo cosas raras aquí? -jadeó, notando como lentamente entraba cada centímetro de dureza del otro- Saca eso... de mi...
-¿Puedes hacerme caso y respirar? -exasperado- Como me cabrees te la meteré toda y entonces si que gritarás.
-Insolente... -a pesar de no verle, giró el rostro a un lado, buscando algo parecido a su silueta. El único indicio que tenía de que estaba ahí era el apretón en sus caderas y que le estaba penetrando sin ningún consentimiento-. Abandona este deplorable acto... ahora mismo y acepta el castigo de... ¡¡Nnhg!!
León había podido, entre respiración y respiración, embestirle tras haber repetido el vaivén de dentro a fuera, entre las paredes calientes y semi-relajadas de Petros, que pese a negarse, tuvo que admitir que era menos doloroso si dejaba de resistirse. De igual manera, siguió poniéndoselo difícil como buen cabecilla de la Inquisición que era.
-Para casos como el tuyo hace falta lubricante... -León jadeaba ante las cortas embestidas incompletas que podía dar entre aquella estrechez-.Muchas quejas, pero... -dejó de empujar y buscó su miembro, agarrándolo tras deslizar la mano por su estómago bien formado- vuelves a estar duro.
-No niegues tu culpa... en todo esto -gimió por lo bajo, notando el cuerpo igual de pesado que su brazo- Dio! No tendré piedad...
-Supongo que haga lo que haga vas a seguir queriendo cortarme la cabeza, ¿verdad? -preguntó, afianzando su agarre a los costados de Petros, sacando su hombría hasta los límites y volviendo a empujar, esta ver sin contenerse lo mas mínimo.
Por fuerza mayor, Petros aceptó toda aquella longitud con un gemido ronco que hizo eco entre las pareces de la penitenciaría.
Los próximos minutos fueron una exposición de gemidos roncos del español, seguido de algún que otro forcejeo y las negaciones de Petros por gemir, llegado al punto ya fuera de placer o dolor. León había comenzado a masturbarle, siguiendo un ritmo que a cada momento se hacía mas violento y ansioso.
-¡¡Nnnhg!! -sintiendo el cuerpo arder mas que nunca, Petros tuvo su segundo orgasmo. León quiso tener algo de consideración y redujo sus arremetidas.
-¿Cuando orgasmos piensas tener antes de que yo llegue a uno? ¡Que envidia! -apartó la mano de su miembro, húmeda por el semen, y la deslizó por su pecho hasta atrapar uno de los pezones, tomando impulso de nuevo para seguir embistiendo.
-Esto... es humillante... -la voz del inquisidor sonaba a alguien con seria sed de venganza homicida.
-Mira el lado positivo... -León jadeaba, notando su deseado orgasmo acercarse, aumentando su rudeza- Ya tendrás algo de lo que hablar... con tus compañeros de trabajo -se arqueó- Ah, me corro...
La protesta sobre la burla perdió fuerza ante el siguiente aviso. Petros frunció el ceño al notarle demasiado entusiasmado hundiéndose en su interior, culminando dentro suyo con el mismo consentimiento con el que había comenzado todo aquello.
[…]
-Según informes de la guardia... -La mujer rubia que estaba sentada tras la mesa sostenía un grueso tocho de folios prensados, mientras su rostro resignado se apoyaba en su otra mano, palpándose las sienes- vuestra mala conducta ha superado a la buena. Me hace sentir vergüenza sobre el tipo de gente que contrato...
-No sea mala, señora -León sonrió, casi estando de acuerdo. Estaba frente a la mesa con su uniforme bien arreglado y su pelo limpio y peinado.
Hacía tan solo dos horas que había salido de la celda que compartía con Petros y le había dado el tiempo justo para adecentarse ante la llamada al despacho de Catherina que la hermana Kate le había hecho llegar.
La cardenal dejó caer los papeles sobre la mesa, mirando a León con sus ojos fríos como cuchillas.
-Espero que al menos ambos hayáis aprendido algo de todo esto. Vuestros destrozos seguirán siendo parte de vuestros gastos hasta que podáis estar en la misma habitación sin mataros.
-Se lo haré saber al hermano Petros... - sonrió dudosamente ante la educación que tenía que mostrar- Pero no espere gran cosa; creo que ese hombre vendrá a matarme en serio un día de estos.
-Prefiero no preguntar que es lo que has hecho -suspiró, percatándose de algo luego- A propósito, ¿donde está el Director de la Inquisición?
-Pues...
Solo le hizo falta el aviso de que ya podía abandonar la prisión para ponerse en marcha. Se dio un baño, se enfundó en su orgulloso uniforme de la Inquisición y recuperó su arma, ignorando cualquier dolor corporal que pudiera estar sintiendo.
Enfiló por los pasillos con un objetivo en mente: devolverle a León todos los orgasmos que se atrevió a dejarle dentro en forma de golpes en el culo. El Screamer parecía indicado para tal fin, sobre todo después de haber escapado esa mañana, mucho antes de que Petros por fin hubiera despertado.
-Tiene una nave esperando fuera. Si no tiene problema hay una misión que... -uno de los directivos de la prisión quedó hablando solo cuando Petros se había detenido tres celdas mas atrás.
Un hombrecillo delgado y pálido, otro bajito y musculoso y un último que parecía un San Bernardo se giraron a mirarle, empalideciendo a la vez.
-Espero que no hayáis pensado que me había olvidado de vosotros -con voz de ultratumba y desenfundando las dos partes del Screamer de su cinturón, Petros se dispuso a saldar una de sus cuentas con los herejes que parecían no aprender la lección de la justicia.
… Y eso solo era el principio.
Al otro lado, sentados en las sillas dispuestas por la habitación, León García de Asturias, el cura español y Petros Orsini, director de la Inquisición, esperaban el veredicto.
Todo había empezado con una misión. La falta de agentes y la inconformidad con su hermano, el Cardenal Francesco, habían obligado a Catherina a enviar al único agente disponible al imperio germánico. Por supuesto, su hermano se tomó la libertad de enviar sus propias tropas, y algo que había comenzado como un simple mandato había acabado en guerra.
Una guerra entre “hombres del mismo bando”.
No es que fuera un hecho aislado el que dos compañeros pelearan. Incluso no siendo compañeros y solo compartiendo causas y objetivos, las peleas resultaban bastante normales. Pero eran intolerables cuando se lanzaban al ruedo, olvidándose de todo a su alrededor, dejándose la vida para darle un puñetazo a su adversario...
...Y los gastos de la sede subían y subían.
-Han sido...-Catherina consultaba de nuevo la lista que le había facilitado la hermana Kate, que parpadeaba a un lado de la mesa, como asustada-: tres restaurantes, una posada, un monumento importante de la plaza mayor. Eso sin contar los daños y prejuicios de los ciudadanos y la total falta de disciplina ante la guardia germánica.
La mano le temblaba ante todas aquellas facturas. Desgraciadamente no era la primera vez. Los encuentros de Ax y la Inquisición habían sido nefastos la mayoría de las veces, pero cuando se juntaban aquellos dos monstruos la cosa pasaba a mayores. Petros y León parecían haberse jurado odio mutuo, y ningún elemento les impediría intentar matarse entre si.
-Esto ha llegado demasiado lejos -la voz serena de Catherina daba mas miedo que una que mostrara enojo-. Me es imposible seguir ignorando esta situación. Lo siento, pero esto requerirá medidas drásticas. A parte de que los gastos saldrán de vuestro sueldo...
-¿¡Que!? -gritó el Padre León, reviviendo de su silla junto a la ventana- ¿¡Significa eso que se me suman días de cárcel!? ¡No es justo! ¡Siempre es ese amargado el que empieza!
-¿¡Como has dicho!? -otro grito atronador y Petros se alzó- ¡No me compares con un animal salvaje como tu, hereje convicto! Eres tu el que parece tener algún tipo de problema conmigo y con como ejerzo mi trabajo...
-¿En serio? Será porque vas gritando “herejes, herejes, a la hoguera” cuando ves pasar a cualquiera delante de ti...
-¿¡QUE INSINÚAS!? -se acercó, y de entre todos los agentes, era el único que podía mirar a los ojos a León desde una misma monstruosa altura- ¡Si quieres decirme algo dilo ahora, sucio perro callejero!
-¡Ni te me acerques, tío! ¡Esa cara tuya que parece estar oliendo mierda me pone enfermo!
….Y así era como empezaban los disturbios. Diez minutos después, tras cargarse parte del despacho de Catherina, ambos se encontraban en los calabozos mas seguros de Roma, enjaulados en una misma celda que no parecía capaz de soportar sus auras guerreras.
-...Pues vaya con la señora, si que ha sido drástica...
-Todo esto es culpa tuya. Indigno.
Y así estallaba su primera pelea dentro de la celda.
[…]
Día 1...
Como era lógico, tanto sus hábitos, armaduras o crucifijos y las armas de combate que solían utilizar se les fueron confiscadas. A cambio, recibían un uniforme a rayas que les quedaba ceñido. Por lo menos, hasta que consiguieran algunos de su talla...
-No lo puedo creer. Con esto he manchado el nombre de la Inquisición para siempre... -Petros se miraba la ropa tras cambiarse en los vestuarios con una docena de reclusos mas.
-No te creas. Si la Inquisición admite tipos como tu no es que tuviera muy buena reputación -se sinceró León, mientras echaba una partida de cartas con los compañeros del pabellón de al lado. La vida de detenido no le suponía muchos problemas y estaba prácticamente adaptado.
(Día 1, 16:47 de la tarde. Estalla la segunda pelea entre las dos moles. Esa noche se van a la cama sin cenar)
Día 2...
Tras la pelea del día anterior, no habían podido solucionar el uso de las camas. Ambos se negaban a dormir en la litera de abajo, por lo que, demostrando una brutalidad que acojonó a los demás recluidos, partieron el conjunto y los transformaron en camas individuales, una en cada esquina de la celda para “no verse las caras”.
A parte, se les suministró uniformes mas holgados.
-Pareces demasiado acostumbrado a estar encerrado -había mencionado Petros aquella mañana tras el desayuno. Ahora estaba sentado en la cama leyendo uno de los libros de la biblioteca.
-No es que esté acostumbrado. Solo me resigno y tengo paciencia, ¿te suena? -contraatacó León. Estaba tirado en la cama sin hacer nada, como digiriendo aún el desayuno.
-¿Es que no tienes moral? Se supone que eres un emisario de Dios. ¿Por qué te encerraron en primer lugar? No quiero compartir una celda con un delincuente.
-No te incumbe. ¿Y a quién llamas delincuente, señor-limón-arrugado?
A Petros le salió una vena en la frente tan gruesa como su dedo pulgar.
-Jeh. No me provocarás con unos insultos tan infantiles-a pesar de sus palabras, el libro temblaba en sus manos ante el apretón que le estaba dando-. Cuando antes te ignore antes me dejarán salir. La justicia espera por mi fuera de estas paredes, es injusto que un creador de Paz como yo esté encerrado con los que ya he ajuiciado.
León soltó una sonrisita socarrona.
-¿Creador de paz? ¿Lo dice el apodado “caballero de la destrucción”? -se incorporó de lado y señaló con el pulgar hacia fuera de la jaula- Además, deberías moderar tus comentarios aquí. Muchos de tus “ajusticiados” querrán venganza.
Petros se percató de todas las miradas asesinas que se dirigían a su persona. Sin embargo, no pudo importarle menos.
(Día 2, 10:21 de la mañana. Sin saberlo Petros, comenzaron a circular planes en su contra.)
Aquella tarde...
Una hora después del almuerzo los reclusos se hallaban en el patio. Era un pequeño momento de libertad vigilada y cortada por una gran pared alrededor.
León aprovechaba esos momentos para ejercitar su cuerpo con las pesas... Lo malo era que Petros también.
-¡Venga, venga! ¡Estás flojo, chico! ¿No puedes seguir mi ritmo? -León hacía sentadillas con una barra llena de pesos sobre los hombros. No llevaba camisa y exponía una sonrisa de animal feroz y arrogante.
-¿¡Quién dice que no puedo!? ¡Soy el director de la Inquisición! -Petros gritaba al aire su posición en la sociedad sin ningún miedo, mientras imitaba a León justo en frente de sus narices.
-¡Pues te llevo siete de ventaja! -jadeaba León.
-¡Esas te las has inventado! -jadeaba igualmente Petros.
(Día 2, 15:12 del mediodía. Tras haber competido en todo lo imaginable y no haber concluido con resultados satisfactorios, las dos moles se enzarzan en una pelea, llevándose por delante a un agente que intentaba detenerlos. Tras el permiso adecuado, ambos fueron recluidos severamente en la Habitación de Castigo.)
Esa noche...
La Habitación de Castigo era una diminuta parcela donde cabían tres hombres de constitución normal. Pero hablando en términos monstruosos, los dos integrantes de aquel momento estaban en pié, a oscuras, de frente y completamente apretujados.
-¿Cuánto llevamos aquí? Se me ha dormido la mano...-León parecía haberse calmado tras las primeras cuatro horas allí dentro.
-¿Es la mano que lleva posada en mi muslo todo este tiempo? -gruñó Petros, moviéndose lo poco que le permitía el otro cuerpo contra el.
-¡Eh, deja de moverte! ¡Le vas a dar a mi chico! -protestó el español, refiriéndose claramente a su entrepierna.
-¡No seas obsceno! ¡Un sacerdote no debería hablar así! -replicó el Italiano entonces, adelantando el rostro mínimamente para que al otro le llegase el grito con mas claridad.
-¡Pero deja de chillarme, Demonios!-contradiciendo sus palabras, gritó- Este lugar es estrecho, y tu voz me llega perfectamente aunque no quiera oírla. Ah, estoy sudando... Nunca me habían metido aquí, es tu...
-¡No es mi culpa! Un jugador como tu me arrastró a la competencia esta tarde, no tuvo nada que ver con mis deseos.
-No habrán tenido nada que ver, pero quien se pica...
-¡Calla! No tengo porque seguir escuchando las tonterías de un inútil miembro de Ax. ¡No te me pegues tanto! -Petros comenzó a agitarse tanto que las paredes de aquel habitáculo se quejaron.
-¡Eh, eh, quieto! En serio, que me das en mis joyas de la corona... -León también se movía, intentando evitar a Petros.
Cinco minutos de forcejeo después, el Inquisidor miraba hacia la pared, dándole la espalda a León, que tenía “sus joyas” protegidas firmemente por un mullido cojín de carne blanda.
-¿Y ahora que, genio? ¿Es que querías esta posturita desde el principio o que? -León sonó entre la burla y la vergüenza escasa.
-¡¡Deja de insinuar perversidades!! ¡Y mantén a ESO en su sitio, grandísimo pervertido!
-¿De donde viene eso de pervertido? ¡Eres tu el que está frotando ese culo redondo contra mi! -se movió, dando una palmada a un lado del muslo de Petros.
-¡No tengo un culo redondo! Ni que fuera una mujer...
-¿Ah, si? ¿Y esa melenita brillante y cuidada? -seguía moviéndose mientras Petros quería cambiar posturas de nuevo.
-¿¡Que tiene de malo!? ¿Quieres que todos vayamos como tu, pareciendo pordioseros!?
-¡Tienes una boca muy grande, señor agriado! Sigue moviéndote y descubrirás lo que tengo yo grande...
-...¡¡Maldito hereje descontrolado!!
Cuando los carceleros abrieron la puerta media hora después, la escena de dos hombres sudando y jadeando (por haberse peleado) creó una idea equivocada de aquellos dos prisioneros.
Día 3...
Por algún motivo, Petros a abandonado los libros y se ha puesto a jugar una partida de cartas. Lo que no se esperaba era que en aquel juego se apostara ropa. Es decir, a cada partida que perdías, te quitabas una prenda. Y puesto que el uniforme que llevaban eran dos piezas, pues...
-¡Enfermos! -Reacción de Petros al enterarse de que iba el asunto. Aunque al final, para que nadie le llamase “cobarde”, jugó hasta que se retiró “amistosamente” tras perder siempre.
En el comedor, a la hora del almuerzo, las conspiraciones contra Petros continuaron, mientras veían pasar al aludido con su bandeja y luciendo una coleta alta en su pelo claro. Un grupillo especialmente sospechoso, dispuesto en la mesa mas apartada de la entrada, planeaba sus cosas, pues estaban hablando de un animal de casi tres metros.
En el patio, León intercambiaba revistas X que había conseguido de a saber que lugar por una caja de tabaco. Era lo que se llamaba el mercado de los reclusos, y como no hacían daño a nadie, pues era permitido. Pero todo aquello acabó siendo en vano, puesto que Petros le tiró los cigarrillos por la taza del váter cuando se percató de que se pondría a fumar en la celda.
(Día 3, 22:53 de la noche. Otra pelea que los manda a ambos a la enfermería.)
Día 4...
Petros está hasta las narices de que le miren cuando sale al patio o camina por los pasillos hasta el comedor. También está hasta las narices de que León ronque incluso metiendole calcetines en la boca. Hace mucho que se ha cansado de los tres libros interesantes que habían en la biblioteca y echaba en falta agarrar su Screamer entre sus puños.
-Sigue confiándote y dentro de nada te harán agarrar algo igual de duro que ese ventilador tuyo... -había comentado León, recibiendo luego un almohadazo departe del Inquisidor para que dejara de ser tan gráfico.
Sin embargo, el Padre Dandelion tenía otros planes a seguir, y eso lo demostró aquella misma noche, cuando al apagar las luces de las celdas y activar las del pasillo, comenzó a hacer ruidos extraños.
Al otro lado de la habitación estaba Petros, sobre la que antes era la litera de arriba. Abrió los ojos y enfocó escasamente la pared. Iba a girarse para meterle otro calcetín en la boca si era necesario, cuando escuchó algo que no era un ronquido ni de lejos...
-Llevas mucho tiempo ahí dentro, ¿verdad? -su voz sonaba ronca- Ahh, ya lo creo. Vamos, alcemos el mástil de la salvación~
Y se pone a canturrear mientras gime...
“¿Que demonios...?”
-Umm... Que reacción mas increíblemente rápida. Estás en forma, chico... -cualquier ser humano se plantearía el hecho de estar hablándole a su pene.
Desde luego, era lo que Petros pensaba en ese instante. Y, aparte de absurdo, le parecía increíblemente denigrante. ¿Aquel animal en celo se estaba masturbando? ¿Con él en la misma habitación? ¿¡Con el aún despierto!? Y por el amor de todos los cielos, ¿¡de verdad estaba hablando con...!?
Petros frunció el ceño, mientras escuchaba gemidos mas intensos, mas graves, como si estuvieran jadeando en su oreja. De hecho, no lo parecía, es que sentía perfectamente un aliento tibio con ligero aroma a tabaco.
-¿¡!? -se levantó de un salto, mirando a la oscuridad. León estaba justo a su lado, perfectamente vestido y sacandole la lengua- ¿¡Que estabas haciendo!?
-¿Que crees tu que hacía? -interrogó con tono burlón- Por mucho que prediques la justicia y las leyes de castidad, lo primero que has pensado es que me la cascaba, ¿no? ¿Quién es el pervertidillo ahora, Hermano Petros?
Petros se puso rojo, pero de ira. Sacó el puño de entre las sábanas y lo estampó en la cara de León, que cayó al suelo ruidosamente.
-¡Deja de hacer cosas innecesarias! -le gritó antes de arrebujarse de nuevo en su cama, mirando hacia la pared.
León se levantó, curiosamente sin tomar venganza de ese golpe. Solo tenía una sonrisita de satisfacción en el rostro.
-¿A que ha venido eso? Ni que se le hubiera levantado... -murmuró antes de volver a su lecho.
(Día 4. Petros no durmió esa noche...)
Día 5...
Los planes y conspiraciones contra cierto hombre han llegado a un punto en el que no se puede volver atrás. La Cardenal Catherina Sforza ha estado recibiendo informes nada satisfactorios sobre la conducta de los dos recluidos, por lo que no levanta aún el castigo. Pasa sus tardes trabajando, estresandose y bebiendo té.
En la comunidad de prisioneros, el mas fuerte se ha alzado con el “liderazgo” de las parcelas. Aunque tal título se lo habían dado a León los cuatro blandengues que jugaban con el a las cartas, así que no estaba justificado.
Petros seguía demasiado ajeno a las miradas que le echaban, y seguía pasando los días regañando, peleándose con León (al cual ni miraba desde la escenita de la noche anterior), entrenando en el patio (o la celda) y volviéndose a leer libros (que al final sirvieron mas como medio para pegarle a León sin levantarse de la cama).
Esa tarde...
El almuerzo de esa tarde se compuso de algo parecido a una ensalada de atún y un potaje de un color bastante poco apetitoso. Por algún Azar del destino, Petros y León habían acabado sentados unos frente al otro. Los coleguillas del español hablaban del juego de cartas que habían echado esa mañana.
Pero...
-¿¡Quieres dejar de robarme comida, muerto de hambre!? -aunque no había alzado la voz, la voz de Petros se escuchó perfectamente entre el jaleo del comedor.
-No seas amargado, solo son aceitunas... -la respuesta de León fue calmada, a su ritmo, mientras seguía pasando las olivas de la bandeja de Petros a la suya.
Petros asestó un golpe de tenedor tan fuerte que este se quedó clavado en la mesa, atrapando al de León.
-No quiero ponerme a mencionarte todos los mandamientos que has roto en estos cinco días, pero este será el último que me muestres.
-¿De que estás hablando? ¡Dame tus aceitunas! -pasa a cogerlas con la mano directamente.
-¡Ah! ¡Asqueroso maleducado! ¡Deja de robarme!
-¡Pero si ni siquiera te gustan! Te he visto apartarlas, joder...
-¡Como si juego a la pelota con ellas! ¡Ten ética!
-¡¿Pero que ética ni que cojones?! ¡Que solo quiero comer aceitunas, no niños!
(Día 5, 14:07 de la tarde. Otra pelea. Los celadores no tienen ideas de como detenerles, y puesto que la Cámara de Castigo estaba ocupada, los mandaron a cada uno a una punta del recinto, custodiados por seguratas personales.)
Esa tarde, León...
La bestia de Ax estaba haciendo lo que mejor se le daba: ser un bestia.
Estaba en el patio, picándose con unos matones que parecían armarios empotrados haciendo flexiones. Al final, y no se sabe como, han acabado siendo amigos y al rato estaban jugando un partido de baloncesto...
El carisma de los españoles...
Esa tarde, Petros...
El inquisidor a acabado en las duchas. Con la pelea a acabado con comida por encima, y a parte de eso necesitaba paz y silencio al menos cinco minutos.
Se quitó el uniforme sucio, lo hizo una pelota y lo tiró al carrito enorme de la ropa sucia que estaba a la entrada. Luego caminó a aquel espacio de baldosas cutres color blanco, viejas ya, con los telefonillos de las duchas con un diseño antiguo saliendo de la pared, entre tuberías.
Prendió la mas alejada de la puerta (por suerte ahí el agua era templada) y se metió bajo ella. El agua le recorrió el cuerpo marcado en cuestión de segundos.
El estar al frente del campo de batalla, en las misiones mas descabelladas como “un Justiciero”, había dejado marca en aquel cuerpo escultural, donde no parecía sobrar nada. Su piel ligeramente blanca y tersa, donde cada músculo destacaba de forma intimidante. De hecho, no parecía que nadie fuese tan estúpido como para querer enfrentarse a aquella mole de mas de dos metros...
-¿Todo listo? ¡Vamos a ello!
-¡Roger!
...sin embargo, las personas estúpidas aún existían. Y los que parecían querer morir a manos de Petros Orsini no eran ni mas ni menos que tres hombres; uno delgado y pálido, el otro bajito y musculoso y el último parecía un San Bernardo. Quizás pudieran representar una amenaza si se fusionaran y entrenaran durante medio siglo.
Aunque por donde estaban (escondidos en el trozo de viga de la entrada antes de las duchas) no parecían querer atacar. Mas bien acechaban a la presa.
-Apunta bien...-susurró el San Bernardo, mientras el escuálido hombrecillo se llevaba a la boca una especie de cerbatana.
-¿Puedo darle en el culo? Me hace ilusión... -voz de pervertido.
-¡Centrate! -le instó el musculoso con voz ronca.
Al segundo después, un destello de aguja cortaba el aire casi inexistente de la habitación, impactando en la espalda de Petros. Este ni me inmutó...
-Te dije que ese era muy suave. Dispara el de la dosis alta...
-Pero si fallo desde aquí... -cargó en el tubo un frasco improvisado de cristal, con una gran aguja en medio- Ahí va, rezad...
Cuando iba a enfocar el objetivo, este ya no estaba. Se quedó con la cerbatana en alto, mirando a ambos lados, al igual que sus compañeros. No negaron que mas de uno se lo hizo encima cuando Petros reapareció tras la viga, toalla envuelta a la cintura y ceño fruncido.
-¿Queréis algo?-interrogó, con voz tosca.
Ante los balbuceos de los otros tres, y los movimientos innecesarios, la capsula de cristal cayó del tubo al suelo, clavándose limpiamente en el pié del Italiano.
-¿Hm? -corearon los cuatro. Los tres iniciadores del acoso vieron aquel liquido desaparecer, y se miraron con complicidad.
Petros simplemente se inclinó, se despegó aquella aguja del pié y la tiró al fondo de las duchas. Luego ignoró a los otros y salió fuera, donde le esperaba el segurata con un recambio de ropa.
Dentro del baño, pasó una rosa del desierto... algo bastante bizarro.
-¿Que acaba de pasar?
-Quizás la dosis era poca... Os dije que para un tipo tan grande hacía falta lo suficiente para tumbar a un toro.
-¿Y si hubiera palmado? Mejor ideamos otra cosa...
Los tres intentos de secuestradores/violadores salieron a conspirar aún mas.
Esa noche...
León llegaba a la celda cuando el sol casi se ocultaba. Había tenido entretenimiento de sobra con el baloncesto, y los guardias parecían disfrutar viéndolo (y apostando), por lo que alargaron su hora de recreo. Cuando al fin se dio un baño y el segurata vio prudente dejarlo en su celda con su compañero, se retiró, mientras León se estiraba, emitiendo un gruñido de satisfacción extremo.
-¡Ha sido una tarde productiva! Y hemos ganado, no está mal...-caminó a su cama y se sentó- Para la próxima han dicho que como regalo a nuestra victoria nos regalaran unos puros, así que a dejarnos la piel. ¡Eh, Rumiante! ¿Acostado tan temprano?
Se dirigió a Petros, en la cama de enfrente, donde este le daba la espalda mirando a la pared. Tenía la sábana cubriéndole casi por completo, aunque ni siquiera la propia cama era lo suficientemente grande como para abarcarle del todo.
El Director de la Inquisición no abrió la boca. Ni aún cuando León hubiera dicho mal su apodo, denigrándolo tanto. Permaneció inmóvil a ojos del cura español, bajando y subiendo el cuerpo en una respiración pesada.
-¡Que aburrido eres! -dijo, lanzandole una zapatilla, que rebotó en la pared, se deslizó por la sábana y volvió al suelo. Luego se tumbó, cruzando los brazos tras su cabeza, pensando en que tipo de estrategia podría utilizar al día siguiente.
Los ruidos de fuera comenzaban a apagarse a cada minuto que pasaba. Los guardias cerraban las celdas, hacían inspección rutinaria y se retiraban a sus propias parcelas. De fondo se oyó la última puerta de salida al patio cerrándose con llave, mientras el que hacía guardia se disponía a pasar media noche en vela hasta cambiar de turno.
Cuando el silencio se hizo (a excepción de algún ronquido lejano), León pudo oírla. Aquella respiración pesada proveniente de su misma celda, aquel jadeo constante que parecía querer ser reprimido a cualquier coste. Dandellion giró la cabeza en la oscuridad, distinguiendo apenas el manto blanco de la cama. Que el recordase, Petros nunca había roncado, ni siquiera se movía mientras dormía. Ahora sin embargo podía oír hasta los fuertes latidos de su corazón.
-Oye, ¿estás bien? -preguntó despreocupadamente. Al no obtener respuesta se incorporó hasta sentarse en la cama, manteniendo fija la vista- ¡Hey, contéstame!
Lo único que volvió a oír en respuesta fueron jadeos bajo la sábana.
León acabó levantándose, caminando hacia el e inclinándose para oírle mejor. El Italiano parecía estar asfixiándose por segundos, aunque dudaba seriamente que una congestión pudiera matar a un tipo como aquel.
-Eh, si has pillado un resfriado llama al celador, no pretendas que te traiga sopita a la cama... -Alzó la mano y la posó en su hombro con la intención de moverlo hasta obtener alguna respuesta. Pero en lugar de una protesta o un “¡No me toques!”, le agitó por completo el cuerpo un sobresalto demasiado serio. León arrugó el entrecejo, volvió sobre sus pasos y buscó entre la funda de su almohada el encendedor que en su día se había agenciado. Luego volvió junto a la cama de Petros, dándose en las canillas con el canto de somier. Prendió el mechero y volvió a inclinarse...
El Inquisidor parecía estar despierto, pero completamente ido. Tenía los ojos dilatados y entrecerrados, y un leve fruncimiento de cejas en su frente perlada de sudor, en la que se adhería su flequillo recto y claro. Descansaba de lado con el cuerpo completamente relajado, y su pecho se hinchaba y deshinchaba por su respiración, cada vez mas rápida.
León comprobó, tras pasar el shock de la imagen inicial, que incluso temblaba. Si todo aquello estaba siendo posible en un tipo como aquel, solo se podía pensar en dos cosas: Que la gripe que había cogido era cojonuda o que la gripe no era una gripe, y entonces ya estaríamos hablando de algo mas serio.
Alzando la mano hasta su frente, intentó comparar temperaturas entre el y Petros. Sin duda parecía mas tibio, pero era un tipo de calor que emanaba del cuerpo entero. Antes de dar la voz de alarma, lo empujó suavemente (o todo lo suave que se puede ser con un enorme cuerpo como aquel) hasta dejarlo boca arriba. Agarró las sábanas y las arrojó a su cama.
-Idiota, si tienes fiebre no te tapes... -mencionó, observando como el uniforme carcelario se pegaba a aquel cuerpo pálido, resaltandolo todo.
...y “todo” quería decir TODO.
El Italiano, pareciendo reaccionar ante el propio estado de su cuerpo traidor, hizo un esfuerzo sobrehumano para incorporarse hasta sentarse, emitiendo un gruñido cuando su notable erección chocó contra sus ingles.
-¿Que pasa? -preguntó, con voz ronca y jadeante- ¿Ahora tienes como hobby... ver como duermo o que?
León, que despertó de su lapsus momentáneo, no se desvió del tema. Señaló a los bajos de Petros e inquirió, con rostro sorprendido:
-La tienes tiesa.
-¡Muy elocuente, genio! ¿Por un casual te has dado cuenta de que, como hombre que soy, puede ponerseme tiesa? -como no, Petros contraatacó.
-¡Si, pero supuestamente a ti no te tiene que pasar! Tu eres un frígido santurrón que calienta menos que el sol de abril...
-¡Perdona que sea un hombre honrado y trabajador que no piensa en cascársela todos los días! No me compares contigo, bestia.
-¡Ja! -León se encogió de hombros y sonrió, arrogante- Yo no me la casco, normalmente me lo hace la que yo quiera...
-Las mentiras también son pecado -sonrió de medio lado Petros, obviando su inconformidad.
-Deja de joder si no quieres ser tu el que me haga un trabajito -retador.
-Ni muerto... -por su forma de mover los labios pareciera que fuera a decir algo mas, pero se cortó de repente, inclinándose hacia delante, jadeando de nuevo. Un espasmo doloroso le había recorrido el cuerpo desde su entrepierna.
León, dejando la discusión para un momento mas propicio, soltó una sugerencia mientras se rascaba distraidamente la punta de la nariz.
-Hasta que no hagas algo no te bajará. Y te aseguro que duele lo suyo...
-No seas ridículo... -Petros habló contra sus piernas. Cuando se alzó, su pelo se deslizó por sus hombros, brillando ante la diminuta llama del mechero -Apaga eso y vuelve a tu lugar.
-No seas gruñón, solo estoy intentando darte un consejo. Seguro que no te has masturbado nunca... -dijo, soltando una risita el tiempo que el encendedor se apagaba, recalentado.
Se hizo el silencio. La respiración pesada de Petros seguía llenando la celda. León no se movió de su sitio, hasta que se dio cuenta de que su compañero no había contraatacado a su última burla.
-... ¿¡Es en serio!?
-¡Cierra el pico! ¿¡Que te importa a ti!? -se oyó al otro en la oscuridad.
-¡Claro que me importa! Eres raro de cojones, ¡quiero disecarte!
-Deja de decir tonterías...¡Ahh!
-...
El silencio que se hizo después de aquel gemido fue incómodo por ambas partes. Dandellion había pasado la fase de las burlas y había entrado en la de la compasión y el calor del momento. Por el contrario, Il Ruinante estaba por pedir a sus doce apóstoles que crearan un muro a su alrededor para que nadie le oyese hasta que se le pasase todo aquello.
Los muelles de su cama crujieron, y sus ojos se agrandaron, mirando a la oscuridad. Demasiado cerca, sonó una voz con olor a tabaco.
-Venga, que te ayudo.
-... ¿¡Que!?
-Que te ayudaré a hacértelo, hombre. Venga, sin mariconadas...
-¿¡Se puede saber que estás diciendo!? -Petros intentó golpear a donde pensaba que estaba, pero su brazo cayó sin fuerzas sobre, las que supuso, eran las piernas de León.
-No es para montar un escándalo -le cogió el susodicho brazo-. Eres tu el que ha despertado mi curiosidad. ¿Que edad tienes? Y aún eres...
-¡Olvídalo! -lo cortó- Si tengo que aprender, eres la última persona de quien lo haría...
-Seguro que tampoco te han besado -León parecía tener un objetivo marcado, y no escuchaba nada mas.
-No voy a caer en tu jueguecito infantil... ¿¡!?
León había tirado de su brazo y, tras palpar su rostro, le había cogido de la nuca y le había besado salvajemente. Su lengua experta se abrió paso por la boca reticente del Inquisidor, que se revolvía todo lo que su escasa fuerza le permitía, mientras el Agente de Ax permanecía inmutable, hundiéndose cada vez mas en el.
Cuando al fin le dejó respirar, lo primero que se oyó fue una palabrota de Petros, seguido de amenazas de muerte variadas y gráficas.
-Lo sabía. Tu primer beso, ¿eh? No me extraña, con esa cara de tócame y te mato que tienes no atraes a las chicas... -volvió a buscar a tientas, dando con lo que buscaba- O igual no te van las chicas. Como eres Italiano...
-¡Discriminador! -volvió a gemir cuando León apretó con su mano enorme su miembro por encima del pantalón. Sujetandole el brazo de un golpe, intentó volver a amenazar- Te lo advierto... Pasa de este punto y eres hombre muerto.
La respuesta de su interlocutor fue como una burla muy obvia, puesto que ignorándolo a él y a su fuerza dudosa, posó la otra mano en su hombro y lo devolvió a la cama, que crujió ante dos pesos encima.
-Creo que algo por aquí está mas duro que antes. Que casualidad que fuera después de darte el mejor beso de tu vida, ¿no? -en la oscuridad, León sonrió- Anda, no. Que no tienes con quien comparar...
-¿Estás de listillo o es que quieres morir a mis manos? -no desistiendo, Petros le cogió por la pechera de la camisa desgastada.
-Quiero que tus manos me hagan otra cosilla -respondió si pudor- No te preocupes, el Padre Dandellion te transmitirá sus habilidades.
Para recalcarlo, hizo tres movimiento precisos, de arriba a abajo sobre su miembro. El cuerpo bajo el se revolvió, inquieto, excitado y jadeante.
-P-Para de una vez... No tiene gracia.
-Un poco si, ¿no crees? -carcajeó, apartándole de un manotazo el puño nada firme que le agarraba de la ropa- Dejará de tenerla cuando te estrenes.
Presionó con la rodilla aquel miembro escondido bajo la tela, pero igual de notable, mientras sus manos hacían un alarde de fuerza bruta y le desgarraba la camisa del uniforme de la cárcel. Tan ocupado como estaba en intentar apartar aquella pierna de sus bajos, Petros no pudo esquivar un segundo beso frenético, donde otra vez aquella lengua tomaba ventaja de la suya, saliendo de su boca y deslizándose a su cuello.
-¡A...Asqueroso! ¡No me muerdas! -gritó al notar la presión de los dientes, gimiendo instantes después ante un nuevo empellón de aquella absurdamente placentera rodilla.
-Se me hace raro desvirgar a alguien. Bueno, ya iba siendo hora. A veer, pezones, pezones... -León de comentarista.
-¿¡Que vas a hacer con mis...!? ¡¡Nnhg!! -Recibió el primer mordisco en uno de ellos, mientras el otro era retorcido entre dos dedos. Se arqueó, frotándose completamente contra su muslo, estallando en un orgasmo antes de que pudiera de darse cuenta de algo mas.
Su gemido fue aplacado por la palma de su mano, como su último intento de resistencia.
León alzó la vista hasta donde creía que estaba su rostro. Luego se enderezó, palpando su entrepierna de nuevo, pegajosa y temblorosa.
-Eso ha sido rápido. Ni siquiera he usado la mano, cuanta energía.
Recuperando el aire y avergonzado (a su manera), Petros notó cada músculo de su cuerpo destensarse lentamente. Al menos agradecía que no hubiera luz... Aunque aún así correría la sangre española en aquella jaula...
Escuchando un frufrú de ropa distante, puesto que su propio corazón le golpeaba los tímpanos, pudo volver a incorporarse, buscando a León para empezar su masacre con un puñetazo bien dado en sus narices entrometidas.
-De esta no te libras, bastar... ¿? -algo extremadamente duro y caliente se posó en su mejilla. Una mano ajena también se tomó la libertad de hundir los dedos en el pelo de su coronilla.
-Te toca. Chúpamela -directo y conciso.
-¡¡¡¿¿¿???!!! -cuando intentó retroceder, la mano lo empotró contra las ingles del moreno- ¿¡Has perdido la cabeza!?
-Deja de chillar y usa la boca para algo mejor. Es tu culpa; al final me he calentado yo también. ¡Así que a chupar!
-¡¡Quítame eso de la cara, degenerado!!
-Llegados a este punto no se puede volver atrás. Acepta lo que venga como un hombre.
-¡Esto no tiene nada que ver con ser un hombre! -seguía teniendo intentos fallidos de separarse- ¡Aléjate de mi!
-No seas infantil... -la voz de León sonó mas calmada, como si quisiera acabar con la discusión en aquel punto y pasar a lo que le interesaba realmente. Antes de que Petros pudiese protestar con alguna de sus contestaciones mordaces y críticas (donde fijo que mencionaba a la iglesia), el moreno le introdujo dos de sus dedos gruesos en la boca, forzando su mandíbula ante los intentos fallidos de darle un mordisco.
-¡Unhg! -Petros intentaba apartarle la mano antes de ponerse a tratar empujarle por completo, sintiendo una sacudida inoportuna en el cuerpo cuando León había recurrido a los pezones nuevamente. Aún así se mantuvo en sus trece y no dejó entrar algo mas que aquellos dedos a su boca.
-Cabezota...-chasqueó la lengua el español, retirándose de aquella batalla perdida.
Petros se limpió el hilo de saliva que le escurría por el mentón, mirando a las sombras.
-¿Quién haría algo así? No seas ridículo.
-¡Ja! Te he dado la posibilidad de hacerlo sin dolor; ahora arrepiéntete todo lo que quieras -aquella voz no sonaba muy jovial, cosa que se demostró al segundo después, cuando a tientas buscó la cabeza de Petros y de un empujón la atrapó contra la cama.
El chirriar de los muelles decía que la endeble estructura no aguantaría mas saltos como aquel, y menos el peso del gigante que ahora se movía hasta situarse de espaldas al otro enorme hombre.
La voz del Inquisidor se escuchó ahogada, entre jadeos y la tela de las sábanas.
-¿¡Y ahora que se te ha ocurrido!?
-¿No puedes adivinarlo? -sonrisita burlona, agarrando el elástico del pantalón para bajarlo hasta dejarlo a medio muslo. La mano de León tuvo que ejercer mas fuerza aplastante a la mano que retenía a Petros boca abajo sobre la cama- Que, ¿nervioso? Debiste habérmela chupaado.
-¡Esto es increíble! Lo tuyo sobrepasa los límites de la herejía, muchacho. Eres una oveja completamente descarriada.
-Es deseo carnal no es herejía. Aunque es verdad que estoy separado del rebaño desde hace mucho-soltó otra risa ronca antes de posar la mano en los cuartos traseros de Petros, mostrando su apreciación con un silbido-.Sabía que era redondo, no está mal.
-¡Deja de usar ese tono conmigo!-alzó el brazo, que tal y como estaba le parecía pesar mas que su propio cuerpo, y buscó el de León para apartárselo de encima.
-Y tu deja de preocuparte por cosas que no vienen a cuento -dijo, deslizando los dedos por aquel musculoso trasero hasta encontrar lo que buscaba entre aquella oscuridad absoluta- Vale, ¡ahí voy!
Tras canturrear su última frase, forzó su dedo índice, ligeramente húmedo tras la batalla oral, a perderse en terrenos inexplorados. Claro que Petros no se esperaba aquello, y el quejido de sorpresa que emitió, seguido del escalofrío de su cuerpo (que seguía traicionándole) hicieron que León quisiera acelerar el proceso y, como no, las burlas.
-¿Todo bien, Hermano Petros? ¿Duele mucho? -esto último lo preguntó algo mas serio- Me estás apretando demasiado, podrías intentar relajarte al menos...
Silencio...
A excepción de la respiración pesada del Inquisidor y los muelles de la cama, no se oía nada mas. Fue como si todo se hubiera detenido de repente para que la situación pudiera ser procesada y asumida...
-Eh, ¿sigues aquí? -burlón.
-Q-...¿Que estás... haciendo? -apretó los dientes al notar como su entrada se expandía contra su voluntad por segunda vez ante la invasión de otro dedo- Tu... maldito inmoral...
-¿Que? ¿Dándote cuenta de la situación? -moviendo lentamente aquellos dos dedos, presionando mas su cabeza contra la colcha- No te equivoques, aunque lo parezca no es que te vaya a violar o algo. Te estoy “echando una mano”.
-¡Me parece a mi que el que no ha entendido la situación eres tu! ¡Y suéltame, se me está durmiendo el cuello!
-Tu mandas -dijo. Para cuando apartó la gran mano de su cabeza, ya estaba situado, colocado y preparado. Palpó el cuerpo del otro, sujetándole por la cintura antes de empujar, primero la punta y luego, con ayuda de la fuerza ejercida en el otro cuerpo, parte de su miembro.
-¡¡Ahhg-...!! -Petros se mordió el labio ante la primera punzada de dolor, bajando de nuevo la cabeza hasta dar con las sábanas- Saca... ahora mismo...
-Menos quejarse y mas relajación. Estás tan apretado que no puedo ni moverme, respira hondo al menos. ¿O es que tienes el culo tan estrecho como la mente?
-Maldita sea... ¿quien es el que está... haciendo cosas raras aquí? -jadeó, notando como lentamente entraba cada centímetro de dureza del otro- Saca eso... de mi...
-¿Puedes hacerme caso y respirar? -exasperado- Como me cabrees te la meteré toda y entonces si que gritarás.
-Insolente... -a pesar de no verle, giró el rostro a un lado, buscando algo parecido a su silueta. El único indicio que tenía de que estaba ahí era el apretón en sus caderas y que le estaba penetrando sin ningún consentimiento-. Abandona este deplorable acto... ahora mismo y acepta el castigo de... ¡¡Nnhg!!
León había podido, entre respiración y respiración, embestirle tras haber repetido el vaivén de dentro a fuera, entre las paredes calientes y semi-relajadas de Petros, que pese a negarse, tuvo que admitir que era menos doloroso si dejaba de resistirse. De igual manera, siguió poniéndoselo difícil como buen cabecilla de la Inquisición que era.
-Para casos como el tuyo hace falta lubricante... -León jadeaba ante las cortas embestidas incompletas que podía dar entre aquella estrechez-.Muchas quejas, pero... -dejó de empujar y buscó su miembro, agarrándolo tras deslizar la mano por su estómago bien formado- vuelves a estar duro.
-No niegues tu culpa... en todo esto -gimió por lo bajo, notando el cuerpo igual de pesado que su brazo- Dio! No tendré piedad...
-Supongo que haga lo que haga vas a seguir queriendo cortarme la cabeza, ¿verdad? -preguntó, afianzando su agarre a los costados de Petros, sacando su hombría hasta los límites y volviendo a empujar, esta ver sin contenerse lo mas mínimo.
Por fuerza mayor, Petros aceptó toda aquella longitud con un gemido ronco que hizo eco entre las pareces de la penitenciaría.
Los próximos minutos fueron una exposición de gemidos roncos del español, seguido de algún que otro forcejeo y las negaciones de Petros por gemir, llegado al punto ya fuera de placer o dolor. León había comenzado a masturbarle, siguiendo un ritmo que a cada momento se hacía mas violento y ansioso.
-¡¡Nnnhg!! -sintiendo el cuerpo arder mas que nunca, Petros tuvo su segundo orgasmo. León quiso tener algo de consideración y redujo sus arremetidas.
-¿Cuando orgasmos piensas tener antes de que yo llegue a uno? ¡Que envidia! -apartó la mano de su miembro, húmeda por el semen, y la deslizó por su pecho hasta atrapar uno de los pezones, tomando impulso de nuevo para seguir embistiendo.
-Esto... es humillante... -la voz del inquisidor sonaba a alguien con seria sed de venganza homicida.
-Mira el lado positivo... -León jadeaba, notando su deseado orgasmo acercarse, aumentando su rudeza- Ya tendrás algo de lo que hablar... con tus compañeros de trabajo -se arqueó- Ah, me corro...
La protesta sobre la burla perdió fuerza ante el siguiente aviso. Petros frunció el ceño al notarle demasiado entusiasmado hundiéndose en su interior, culminando dentro suyo con el mismo consentimiento con el que había comenzado todo aquello.
[…]
-Según informes de la guardia... -La mujer rubia que estaba sentada tras la mesa sostenía un grueso tocho de folios prensados, mientras su rostro resignado se apoyaba en su otra mano, palpándose las sienes- vuestra mala conducta ha superado a la buena. Me hace sentir vergüenza sobre el tipo de gente que contrato...
-No sea mala, señora -León sonrió, casi estando de acuerdo. Estaba frente a la mesa con su uniforme bien arreglado y su pelo limpio y peinado.
Hacía tan solo dos horas que había salido de la celda que compartía con Petros y le había dado el tiempo justo para adecentarse ante la llamada al despacho de Catherina que la hermana Kate le había hecho llegar.
La cardenal dejó caer los papeles sobre la mesa, mirando a León con sus ojos fríos como cuchillas.
-Espero que al menos ambos hayáis aprendido algo de todo esto. Vuestros destrozos seguirán siendo parte de vuestros gastos hasta que podáis estar en la misma habitación sin mataros.
-Se lo haré saber al hermano Petros... - sonrió dudosamente ante la educación que tenía que mostrar- Pero no espere gran cosa; creo que ese hombre vendrá a matarme en serio un día de estos.
-Prefiero no preguntar que es lo que has hecho -suspiró, percatándose de algo luego- A propósito, ¿donde está el Director de la Inquisición?
-Pues...
Solo le hizo falta el aviso de que ya podía abandonar la prisión para ponerse en marcha. Se dio un baño, se enfundó en su orgulloso uniforme de la Inquisición y recuperó su arma, ignorando cualquier dolor corporal que pudiera estar sintiendo.
Enfiló por los pasillos con un objetivo en mente: devolverle a León todos los orgasmos que se atrevió a dejarle dentro en forma de golpes en el culo. El Screamer parecía indicado para tal fin, sobre todo después de haber escapado esa mañana, mucho antes de que Petros por fin hubiera despertado.
-Tiene una nave esperando fuera. Si no tiene problema hay una misión que... -uno de los directivos de la prisión quedó hablando solo cuando Petros se había detenido tres celdas mas atrás.
Un hombrecillo delgado y pálido, otro bajito y musculoso y un último que parecía un San Bernardo se giraron a mirarle, empalideciendo a la vez.
-Espero que no hayáis pensado que me había olvidado de vosotros -con voz de ultratumba y desenfundando las dos partes del Screamer de su cinturón, Petros se dispuso a saldar una de sus cuentas con los herejes que parecían no aprender la lección de la justicia.
… Y eso solo era el principio.
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