I
El primer latigazo había resonado en aquel calabozo de una manera tan brutal que era increíble no escuchar un alarido de dolor detrás. El murmullo de las cuerdas que le ataban las manos, o la sangre salpicando lentamente en el suelo, seguido de algún que otro gruñido frustrado y de odio al dirigir la mirada al que tenía delante.
Lo admitía, aquella situación se le había ido de las manos unas horas antes, pero acabar así era algo demasiado humillante. Solo esperaba que su señor no se enterase nunca de aquello.
-¡¡¡!!! -abrió el único ojo que tenía visible entre las vendas y el largo pelo negro, soltando un mudo quejido hacia las paredes de la estancia, mientras el olor a carne quemada y el silbar del hierro candente pegado a la piel se opacaban hasta desaparecer; en su costado, justo por encima de la suelta hakama, quedó aquella quemadura, adornando su antes tersa piel junto con las marcas de los latigazos.
-Es suficiente -aquella voz potente y clara hizo apartarse a los tres vasallos, que ya preparaban una nueva tanda de objetos para seguir con aquel trabajo macabro-. Eres demasiado cabezota para ser el perro de Sanada. Salid, ya me encargo yo.
El prisionero miró con odio al hombre que tenía delante, escuchando de fondo el chirriar de las puertas al cerrarse. Ahora el silencio lo llenaban los pasos de su único acompañante, seguido del crepitar del fuego de las antorchas y el fogón. Las manos ajenas se deslizaron por su reciente quemadura hasta bajar hasta la cinta que bordeaba su cadera, manteniendo la hakama en su precario sitio, deshaciendola de un ligero movimiento para que esta cayese sin mayor problema al suelo.
-Veamos si con esto quieres hablar, Rokurô Unno~
[…]
Si la situación anterior a aquella había sido devastadora para su orgullo, la que le siguió ya había acabado de derrumbarlo. Mordiendo la mordaza que le habían puesto nada mas capturarle, apretó el ojo izquierdo, como si con ello pudiese tener algún tipo de alivio a lo que le estaba haciendo aquel hombre.
Su grueso y duro miembro le atravesaba sin piedad una y otra vez, manteniéndose colgado de las cuerdas del techo de manera dolorosa, quemandole las muñecas. Los incisivos de su atacante se clavaban en sus pezones hasta marcarlos, siguiendo un camino hasta su clavícula y su cuello, mientras le miraba con aquella expresión tan soberbia y ruín.
-Las tropas pronto llegarán al castillo -hablaba el otro con su voz atronadora, jadeando cuando embestía al desprotegido cuerpo de Rokurô, sujetándole las nalgas para separarlas y tener mas acceso a su maltrecha entrada-. Nos cargaremos a su amo y daremos comienzo a la guerra. ¿Que puede hacer la casa Sanada, si todos los guerreros que tiene son putas como tu? -rió por su propio comentario, antes de acallarse y salir de su interior, dejándolo frente a si con aquella camisa ceñida y desgarrada por los latigazos como única prenda.
Rokurô le lanzó al otro una mirada de odio extremo. Si pudiera deshacerse de la mordaza podría dejarlo fuera de combate con sus ondas de sonido... Miró a su alrededor con sutileza, intentando encontrar algo que pudiese usar para liberarse y hacer frente a aquel lunático sádico. Sin embargo, este se adelantó antes, tomándole del mentón con fuerza.
-Tienes una cara bonita. Y un cuerpo bonito. Es fácil deducir por que ese astuto de Sanada te quiere en su bando -estiró una sonrisa macabra, bajando para delinear su cuello mordido y marcado con sus dedos hasta sus pezones, los cuales golpeó. Saltándose todo el recorrido restante, dio un agresivo apretón a la hombría del mas joven, que se arqueó de dolor, gruñendo.
-¿Te la pone dura que te viole? Puede que en lugar de interrogarte te ofrezca unirte a nosotros a cambio de torturarte por la noche, ¿te gustaría? -lo masturbó sin delicadeza, para luego sacar la katana de su funda y colocársela al cuello- Se dice que el mejor afrodisíaco es el miedo. ¿Tienes miedo, Rokurô Unno? -coló la punta de la espada por los vendajes de su ojo derecho, aflojandolos antes de bajar-. No estoy seguro. ¿Debo sacártelo todo a base de gritos de dolor y angustia o con gemidos y súplicas?
De un movimiento rápido y certero, cortó la cuerda que le mantenía unido al techo, haciéndolo caer estrepitosamente al suelo. Antes de que pudiese recomponerse, lo levantó, lanzandolo contra el pozo de agua que utilizaban también para las torturas. Utilizando los restos de la cuerda, ató su cuello, dejandole las manos a la espalda. Apretándolo contra la fría piedra, se posicionó tras él, le abrió las piernas y le sujetó del pelo, irguiendole hasta que arqueó la espalda.
-Seguro que si Sanada se quedase sin su jueguetito se tomaría mas en serio todo esto -el filo de la katana tanteó peligrosamente la entrada del rehén-. ¿Tu que piensas? -la afilada punta parecía demasiado determinada en atravesar aquella carne. Sin embargo su propietario acabó incorporándose, enfundando y volviendo a sujetar las nalgas de Rokurô, abriendo su entrada todo lo que le era posible antes de volver a penetrarlo de una estocada.
-¡¡Ung...!! -la queja se escuchó a través de la mordaza, mientras sentía al otro llenarle entre embestidas brutales, sujetando la cuerda de su cuello y sus brazos para mantenerle erguido, asfixiandole mientras parecía reírse solo entre gruñidos de placer. Su cuerpo vibraba entre envite y envite, quedándose sin aire poco a poco. A aquellas alturas tenía el cuerpo entumecido, y ya no sabía que herida le dolía mas. Cuando al fin pudo dejar caer la cabeza e hizo intentos de toser y recuperar el aire, su reflejo en el agua le recordó su aspecto absolutamente deplorable. No podía presentarse así frente a su Señor, nunca...
-Tienes un culo perfecto para esto -escuchó un gruñido a sus espaldas, mientras el otro le levantaba una de las piernas y lo ladeaba, hundiéndose del todo en su revuelto interior-. Podría estarte follando siempre, chaval~ ¡Ngh!
Tras unos golpes de cadera, Rokurô sintió arder sus entrañas al sentir el semen ajeno llenandole por completo. Sus desgarres interiores se quejaron hasta hacerle temblar, frustrado y furioso; notando como el movimiento no cesó hasta momentos después, cuando parte del orgasmo se había rebosado
y recorría ahora sus muslos. Una vez salió, le dio la vuelta, dejando su espalda apoyada en el borde del pozo. Con una sonrisa, el albino le miró.
-Creo que he cambiado de idea. ¿No te gustaría unirte a las filas de Tokugawa? -el afamado “Dragón de un solo ojo” le miró de manera hambrienta y cruel, como si acabase de declarar una guerra de propio interés personal.